El triste juego del poder en Honduras

Opiniones

La política en Honduras ha llegado a niveles alarmantes de cinismo y desvergüenza. Nos encontramos atrapados en un ciclo en el que los políticos, mientras están fuera del poder, se erigen como los grandes paladines contra la corrupción, denunciando y criticando todo acto que consideren inmoral o fuera de la ley.

Pero, una vez que logran alcanzar sus ansiados cargos, la historia cambia radicalmente. De pronto, los mismos que señalaban con dedo acusador, ahora defienden lo indefendible. Al final del día, todo se reduce a una sola cosa: proteger su chamba.

Es realmente desconcertante observar cómo la clase política hondureña, desde los más humildes funcionarios hasta los ministros de mayor rango, parecen estar dispuestos a vender su propia conciencia con tal de mantener su posición y asegurar su permanencia en las mieles del poder. La coherencia y la ética parecen ser valores desechables en el momento en que se firma el cheque de su salario.

El problema de fondo no es solo la corrupción evidente en cada esquina del sistema, sino la burla descarada a la inteligencia del pueblo hondureño. Nos tratan como si fuéramos incapaces de ver lo que está pasando, como si no pudiéramos entender que sus ataques a la corrupción no son más que estrategias para quitar al que está en el poder y ocupar su lugar. Todo bajo la fachada de moralidad, cuando en realidad su verdadero interés es satisfacer sus propios deseos de riqueza y control.

Este país no saldrá adelante mientras sigamos siendo gobernados por individuos que ven la política como un medio para el enriquecimiento personal y familiar no como una plataforma para el verdadero servicio público.

Desde los funcionarios que hacen los mandados hasta los altos cargos, parece que la consigna es siempre la misma: defender su chamba, sin importar cuántos principios tengan que sacrificar en el camino.

Ya vimos que no basta con remover a un político para colocar a otro igual o peor de ambicioso en su lugar. Honduras necesita líderes comprometidos, que de verdad prioricen el bienestar colectivo sobre sus intereses personales o familiares. De lo contrario, seguiremos atrapados en este triste ciclo de hipocresía y oportunismo.