Los maestros tienen una responsabilidad única en sus manos: no solo imparten conocimientos, sino que moldean corazones y mentes jóvenes. Escriben en el alma de los niños, dejando huellas que los acompañarán toda la vida. Pero, cuando un maestro actúa con dureza o falta de comprensión, esas huellas pueden volverse cicatrices que destruyen la confianza y sinceridad de los alumnos.
El caso de una niña de siete años, a quien su maestra le puso un cero por dibujar una cancha de fútbol en su examen, ha tocado una fibra sensible. La madre, indignada, compartió el dibujo de su hija: una cancha de fútbol con césped verde, metas y áreas claramente definidas. Un dibujo simple y sincero, producto de la visión inocente de una niña. Y aún así, la docente consideró que no merecía crédito alguno.
Este incidente abre un debate necesario sobre la forma en que evaluamos a los niños y el impacto de nuestras decisiones como educadores. ¿Qué esperaba ver la maestra? ¿Acaso una representación más técnica, digna de un ingeniero en diseño? La realidad es que la niña, en su mente creativa, hizo exactamente lo que se le pidió: dibujar una cancha de fútbol.
El problema no radica en la calidad del dibujo, sino en la incapacidad de algunos maestros de entender que la educación es mucho más que respuestas correctas o incorrectas. Es fundamental recordar que los niños no son adultos en miniatura; son seres en desarrollo, con una imaginación ilimitada y una visión del mundo que está llena de magia, no de reglas rígidas.
El papel de un maestro es guiar, inspirar y corregir con empatía. Un simple “cero” puede parecer un pequeño error en un examen, pero para una niña de siete años puede ser devastador. Es un golpe a su confianza, a su sentido de logro y a su creatividad. En lugar de alimentar su entusiasmo, se siembra la duda.
Como sociedad, debemos reflexionar sobre este tipo de situaciones. No solo se trata de un examen o un dibujo, se trata de la manera en que tratamos a los más vulnerables, a los que están en pleno proceso de aprender y entender el mundo. Los maestros, como los médicos, pueden sanar o herir. El cuidado que ponemos en sus manos debe ser más que una responsabilidad, debe ser un acto de amor y comprensión.
Enseñar no es solo transmitir conocimientos. Es moldear seres humanos que se sientan capaces de enfrentar el mundo con creatividad, confianza y empatía. Y si un dibujo de una cancha de fútbol no cumple con nuestras expectativas, quizá el problema no esté en la inocencia del niño, sino en la rigidez con la que hemos aprendido a ver la vida.
La canchita no merecía el cero, y mucho menos lo merecía la niña que la dibujó.