Érase una vez, en la tierra mágica de Honduras, un grupo de personajes que cada cuatro años emergía de las sombras de la indiferencia para protagonizar un espectáculo tragicómico.
Se les conocía como “los candidatos políticos”. Estos singulares individuos tenían un talento extraordinario: aparecían en los lugares más humildes, abrazando a los olvidados, besando a los niños con desparpajo y prometiendo un paraíso que nunca llegaría.
Con sus camisas impecables y sus discursos ensayados, los candidatos recorrían cada rincón del país, cargando sacos de alimentos y cajas de ayuda como si fueran héroes salvadores.
Pero, ¡oh sorpresa! Estos regalos mágicos no provenían de sus bolsillos. Eran financiados con fondos cuyo origen nadie se atrevía a cuestionar. Lo importante era la ilusión que sembraban. “Mírenme, soy uno de ustedes”, decían con una sonrisa tan falsa como sus promesas.
En cada casa que visitaban, los candidatos posaban para las cámaras, abrazaban al abuelo, cargaban al bebé y compartían la sopa de frijoles como si fuera el manjar de un banquete real.
Sus redes sociales estallaban con fotos que parecían dignas de una campaña humanitaria. “Estamos con el pueblo”, proclamaban, mientras los votantes, ingenuos o resignados, les abrían las puertas y, con ellas, sus esperanzas.
Pero el cuento no terminaba aquí. Una vez que el pueblo cumplía su parte en el trato —llenar las urnas con los votos necesarios—, los ilusionistas desaparecían. Sus teléfonos mágicos, que antes respondían con prontitud, se tornaban mudos. Sus agendas, antes abiertas como un libro, se llenaban de reuniones ficticias. Los mensajes quedaban en el limbo de las excusas, y los correligionarios, antaño abrazados, quedaban en el olvido.
Sin embargo, el espectáculo estaba por comenzar de nuevo. Como cada cuatro años, las elecciones primarias se aproximaban, y ya se escuchaban los ecos de sus pasos.
Algunos candidatos desempolvaban sus camisas blancas, mientras otros cargaban los primeros sacos de arroz para repartir en comunidades olvidadas. El circo político se montaba nuevamente, con su eterno guion de ilusiones y desengaños.
Así es la tragicomedia de los políticos en Honduras, un espectáculo que, aunque predecible, sigue cautivando a un público que, entre risas y lágrimas, espera que algún día la historia tenga un final diferente. Pero mientras tanto, el show debe continuar.