Olanchito, Yoro. El Viernes Santo, ese día que detiene el tiempo en los pueblos de Honduras, sigue siendo una jornada marcada por la devoción… y por una serie de creencias populares que, aunque no forman parte de la doctrina de la Iglesia Católica, han echado raíces en el alma costumbrista del pueblo.

Desde la madrugada, cuando apenas canta el gallo, se respira en el ambiente una mezcla de silencio y respeto. Las calles, normalmente bulliciosas, se aquietan, y en muchas casas se apagan las radios, se bajan las voces y se guarda el luto.
No falta la abuela que recuerda, con voz firme, que “hoy no se baila, no se canta, y mucho menos se barre”, porque según la tradición, “barrer el Viernes Santo es barrer la suerte o hasta barrer a Jesús mismo”.

Uno de los mitos más arraigados es el de no comer carne roja en Viernes Santo. Aunque la Iglesia Católica no impone esta práctica de forma tajante, muchos fieles lo hacen como señal de respeto o por costumbre heredada.
En realidad, lo que promueve la Iglesia es el ayuno, que puede ser tanto físico como espiritual: evitar el mal vocabulario, abstenerse de actitudes negativas o dedicar el día a la reflexión son formas igualmente válidas de vivir la fe.
Otro mito muy popular en los pueblos del Valle del Aguán es aquel que dice que bañarse en ríos o quebradas el Viernes Santo “te convierte en pez”. La frase, repetida por abuelas y tíos mayores, buscaba evitar que los muchachos se fueran de paseo o de parranda, recordándoles que ese día es de recogimiento. “Si te vas al río hoy, te vas a quedar nadando pa’ siempre”, decían entre risas y advertencias medio en serio, medio en broma.
Y si a alguien se le ocurría encender la radio con música alegre o poner un disco de merengue, no faltaba quien lo mirara con reproche. “Hoy no se baila, porque Jesús está muriendo”, decían las madres mientras apagaban el aparato. Aunque esta práctica no tiene sustento litúrgico, aún en muchas aldeas se guarda el ambiente solemne, donde la música alegre se cambia por rezos en voz baja.
También se ha dicho por años que cortarse el cabello o las uñas en Viernes Santo puede “cortar la vida” de uno mismo o de un ser querido. En las zonas rurales, este mito aún sobrevive como una advertencia sutil de que el cuerpo es templo de Dios, y que en este día de luto no debe ser alterado por vanidades.
Incluso hay quienes aseguran que pelear o discutir en Viernes Santo puede traer consigo maldiciones o pleitos que duran todo el año, como una manera de fomentar la armonía familiar al menos por un día.
En algunas casas de las aldeas, se aconseja guardar silencio, hablar suave, y evitar discusiones… no vaya a ser que “se le aparezca el mismísimo Judas”.
Aunque muchos de estos mitos se han ido diluyendo en las ciudades, donde la catequesis es más constante y la vida moderna ha modificado muchas prácticas, en los pueblos todavía se respira ese aire solemne, entre creencias heredadas y enseñanzas religiosas.
Y aunque la Iglesia aclara que estos mitos no forman parte de su enseñanza oficial, en el fondo, todos comparten un mismo propósito: guardar el respeto, la reflexión y la memoria del sacrificio de Jesús, a su manera, con el lenguaje simple y profundo del pueblo.