Olanchito, Yoro – Recuerdo bien cómo ardían las laderas de Uchapa y Pimienta. Lo recuerdo porque yo lo vi. Yo, que he caminado esos senderos con el crujir seco de las ramas bajo mis botas y con el humo denso como telón de fondo.

Vi animales correr sin rumbo, vi las piedras calcinadas, vi los troncos huecos aún con brasas por dentro. Lo recuerdo porque, cuando uno ama la tierra que lo vio nacer, el fuego también le quema el alma.
Pero eso fue hace más de dos años. Hoy, en este Día de la Tierra, puedo contar una historia distinta. Una historia que no empieza con llamas, sino con esperanza.
Porque desde hace 24 meses, nuestras zonas de amortiguamiento —esas 9 mil hectáreas que abrazan el municipio como un pulmón ancestral— no conocen el fuego. Ni una chispa ha logrado devorar los nuevos brotes de pacaya ni el canto de los pájaros ni el rugir de un tigre o una danta ha sido silenciado por la furia del humo. Y eso, amigos, es un milagro tejido con voluntad.

Fue en una reunión de vecinos, con la brisa caliente del verano recorriendo los pasillos de la casa de la cultura, cuando oí por primera vez a alguien hablar de “tasa ambiental”. Un impuesto, sí, pero uno que serviría para pagar guardabosques, formar brigadas, dotar a la UMA y al ICF de herramientas.
Muchos se quejaron al principio, lo admito. Pero hoy, cuando las quebradas bajan con agua incluso en abril, cuando las tardes se tornan más frescas y los atardeceres son más claros, nadie niega su valor.
Gracias a ese esfuerzo, nos dice el ICF, la tierra retiene más agua. El aire es más fresco. Las especies regresan. Según la PNUMA, el bosque puede bajar la temperatura hasta cuatro grados. Y aquí lo sentimos: ya no nos queman los techos al mediodía ni se raja la tierra como antes. A nivel ambiental, las cifras hablan solas: 20 toneladas de CO₂ absorbidas por hectárea al año. Es como si Olanchito, poco a poco, estuviera respirando por todos nosotros.
No ha sido un camino fácil. Ha habido conatos. Pero las brigadas están ahí, noche y día. Las conforman jóvenes de la comunidad, liderados por ECOLOGIC, personal de Dole-Zamorano, funcionarios municipales y hombres y mujeres del Consejo de Desarrollo Municipal.
Todos empujando en la misma dirección. Y detrás de ese empuje, la decisión firme de un alcalde que entendió que cuidar la tierra no da votos inmediatos, pero sí deja legado.
Hoy, cuando paseo por Pacura y escucho a los pájaros que regresaron o veo cómo reverdece el suelo que creí perdido, pienso en mi hijo. Pienso que un día caminará estas mismas veredas y sentirá gratitud por aquellos que dijeron “basta de quemar nuestro futuro”.
Porque eso es lo que hemos hecho: sembrar futuro. Y mientras siga verde la montaña, seguirá latiendo Olanchito.