Mientras miramos el humo, el dólar sube: el golpe silencioso a la economía hondureña

Opiniones

Mientras el país debate en las calles, en redes y en tribunales si tal ministro renunció o no, si la candidata oficialista viaja en helicóptero del Estado o Detienen a Romeo Vasquez, el dólar ya se cotiza a más de 26 lempiras.

Un dato frío, aparentemente técnico, pero con consecuencias que ya comienzan a sentirse en el bolsillo de todos, aunque no todos estén mirando.

El alza sostenida del dólar frente al lempira no es una anécdota, ni mucho menos un simple ajuste. Es el reflejo de una economía presionada, frágil y cada vez más dependiente de factores externos: remesas, importaciones, endeudamiento y falta de producción interna.

Cada centavo que sube la divisa estadounidense representa más costos para importar alimentos, combustibles, medicamentos, materiales de construcción, tecnología y maquinaria, bienes que el país no produce, pero consume a diario.

¿Quién es el culpable?

Aunque el mercado cambiario está influido por múltiples factores, el alza del dólar no es una casualidad: es consecuencia directa de una falta de rumbo económico claro por parte del actual gobierno.

Las señales de incertidumbre, el debilitamiento institucional, la falta de confianza de los inversionistas, y el manejo errático de la política fiscal y monetaria han generado un ambiente de desconfianza que empuja a la población y empresas a refugiarse en el dólar, incrementando su demanda y, por ende, su precio.

El Banco Central de Honduras, que debería actuar como amortiguador, ha mantenido una política pasiva ante la presión cambiaria.

Mientras tanto, la Secretaría de Finanzas ha incrementado el endeudamiento en moneda extranjera, y el Poder Ejecutivo sigue generando inestabilidad con decisiones políticas cargadas de incertidumbre, debilitando la inversión nacional y extranjera.

En resumen, el alza del dólar es un reflejo directo del deterioro en la conducción económica del país, responsabilidad compartida por quienes hoy administran el poder: gobierno central, instituciones económicas, y una clase política que prefiere el escándalo al debate estructural.

Repercusiones inmediatas

En el corto plazo, el encarecimiento del dólar impacta directamente en el costo de vida del hondureño promedio. Lo primero que sube es el precio del combustible —con efecto dominó en el transporte, alimentos, energía eléctrica— y, con ello, la inflación toma impulso. Mientras tanto, el salario mínimo se mantiene estancado y el poder adquisitivo se evapora, centavo a centavo.

Los pequeños negocios, que dependen de materias primas importadas, también sufren: cada semana deben reajustar precios sin poder justificar ante sus clientes que “el dólar subió otra vez”. Y el ciudadano común —ese que vive del día a día— se pregunta por qué el dinero ya no le alcanza, sin saber que es el tipo de cambio quien le está ganando la carrera silenciosa.

A mediano plazo: riesgo sistémico

Si la tendencia continúa, a mediano plazo veremos un debilitamiento de las reservas internacionales, mayor presión fiscal, más endeudamiento externo y deterioro de la estabilidad macroeconómica.

Las empresas que deben pagar créditos en dólares verán incrementadas sus obligaciones, y las inversiones extranjeras pueden desacelerarse si perciben volatilidad cambiaria y un entorno político incierto.

Para el consumidor, el panorama no mejora: la canasta básica será más costosa, el acceso a bienes duraderos será más limitado y los sectores más vulnerables sufrirán un retroceso en sus condiciones de vida.

Y lo más grave: no hay un plan visible de contención monetaria ni una estrategia económica clara desde el gobierno.

Cortinas de humo y distracción colectiva

En medio de este panorama sombrío, el debate público ha sido absorbido por temas que, aunque relevantes, parecen diseñados para distraer: reformas políticas, controversias en instituciones, nombramientos polémicos y discursos que rayan en la campaña anticipada.

Mientras tanto, el tipo de cambio sigue su curso ascendente, sin que el ciudadano común —absorto en la polarización— alcance a dimensionar la magnitud del golpe que se gesta en silencio.

En lugar de explicaciones técnicas o narrativas tranquilizadoras, el país necesita acciones concretas, transparencia en las decisiones económicas y un mensaje claro desde el gobierno sobre cómo se enfrentará esta presión cambiaria. De lo contrario, seguiremos atrapados en la anécdota, mientras lo estructural se desmorona.

Porque cuando termine el ruido de la política, lo que quedará será el precio del arroz, el valor del pasaje, la factura de la energía y la angustia del bolsillo vacío. Y entonces será tarde para entender que el verdadero problema nunca estuvo en los discursos… sino en el dólar que subía mientras mirábamos hacia otro lado.