Mientras el pueblo hondureño se sumerge cada día más en la pobreza, sin acceso digno a salud ni educación y viendo cómo se desmoronan los puentes que nunca existieron, los organismos internacionales se deshacen en abrazos financieros con los gobiernos de turno, aún cuando saben —con pruebas, videos y hasta confesiones en vivo— que buena parte de esos fondos terminan en las campañas, bolsillos y apetitos de una clase política insaciable.

Esta semana, el gobierno de Xiomara Castro volvió a firmar —con toda pompa y protocolo— un nuevo préstamo por 50 millones de dólares con el Fondo OPEP para el Desarrollo Internacional (OFID), destinado, según el guion oficial, a empoderar a mujeres, pueblos indígenas, discapacitados y demás poblaciones vulnerables. Todo muy bonito… en el papel.
El detalle es que mientras firman préstamos con una mano, con la otra borran los rastros de su gestión. Porque, ¿quién garantiza que estos fondos no seguirán el mismo camino de los 950 millones de lempiras administrados por SEDESOL, cuyos cheques, según Transparencia, “no tienen control”, cuyas liquidaciones son una ruina y cuyos beneficiarios —curiosamente— resultan ser diputados de partido, activistas leales y campañas encubiertas?
El video filtrado que terminó costándole el puesto a José Carlos Cardona no fue una sorpresa para nadie. Era solo la confirmación visual de lo que ya se olía desde hace tiempo.
El detalle es que, aunque se cambia la cara, la estructura sigue: el Fondo Departamental solo cambió de nombre, ahora se llama “Fondo de Subvenciones”, pero sirve para lo mismo: repartir dineros públicos a discreción política.
¿Y los organismos internacionales?
Ah, ellos felices. Mientras el BID anuncia con entusiasmo más programas de cobertura de riesgo, cláusulas ante desastres y 2,000 millones de dólares para seguir “reforzando la resiliencia de los países en desarrollo”, Honduras sigue en la misma: sin avances en educación, sin reducción de pobreza, sin mejoras sustanciales en salud pública.
Pero eso sí, con más deuda que nunca. La administración Castro ha ejecutado ya 1.1 billones de lempiras. Sí, leyó bien: más de un millón de millones de lempiras gastados en tres años y tres meses. ¿Y qué ha cambiado?
Tal vez los colores del logo presidencial, pero no los hospitales sin insumos, ni las escuelas sin techos, ni las calles sin pavimento.
La pregunta es: ¿por qué siguen prestando estos organismos si saben que los fondos terminan en corrupción?
¿Será que hay un interés mayor en mantener al país con respiración asistida? ¿Será que una nación endeudada es más fácil de controlar, más dócil para firmar tratados y ceder recursos? ¿O simplemente es que los préstamos son un negocio redondo que siempre paga el más pobre?
Al final, para el pueblo no hay línea de crédito. Hay filas en el hospital, hambre en el hogar y promesas en los discursos. Porque en Honduras no hay escasez de dinero, hay abundancia de ladrones.
Y mientras la comunidad internacional aplaude, firma cheques y anuncia cooperación, nosotros seguimos preguntándonos:
¿Dónde está el verdadero desarrollo? ¿En el papel… o en la cuenta bancaria de algún funcionario?