EE.UU. y sus antecedentes de operaciones en el Caribe y América Latina

Internacionales

El actual despliegue de buques, submarinos y más de 4.000 soldados en aguas del Caribe se enmarca en una larga tradición de operaciones estadounidenses en la región, donde la seguridad y el combate al narcotráfico han sido justificaciones recurrentes para reforzar su influencia geopolítica.

Con México como socio estratégico, Washington impulsó la Iniciativa Mérida, un plan de cooperación para frenar el narcotráfico y fortalecer las capacidades militares y policiales mexicanas.

Aunque significó millonarias inversiones en equipo y capacitación, fue criticada por militarizar la seguridad pública y no reducir de manera significativa la violencia generada por los cárteles.

Históricamente, el Comando Sur de Estados Unidos ha liderado operaciones en el Caribe con fines antinarcóticos. Ejercicios como Operación Martillo (2012) involucraron a decenas de países y se enfocaron en interdicción marítima, desplegando buques y aeronaves para interceptar cargamentos de cocaína provenientes de Sudamérica.

Aunque se reportaron incautaciones importantes, organizaciones internacionales señalaron que los carteles ajustaron sus rutas y métodos, manteniendo la presión sobre países de tránsito como Honduras, Guatemala y Belice.

La diferencia con el actual movimiento militar radica en la carga simbólica y política contra el régimen de Nicolás Maduro. Mientras que en operaciones pasadas el foco era estrictamente el tráfico de drogas, en esta ocasión Washington ha enmarcado a Venezuela no solo como un país de tránsito, sino como un “cartel del narcotráfico” en sí mismo.

Además, la incorporación de un submarino nuclear y destructores equipados con misiles eleva la dimensión del despliegue más allá de lo operativo: es un mensaje estratégico de poder militar en una zona considerada de influencia directa de Estados Unidos.

Este tipo de operaciones históricamente han generado tensión diplomática con países latinoamericanos, que ven en la presencia militar estadounidense una amenaza a la soberanía y a la estabilidad regional. La reacción de Venezuela y Cuba repite un patrón de rechazo observado en décadas anteriores, aunque ahora bajo el marco de la Zona de Paz declarada por la CELAC.

En conclusión, el despliegue actual no es un hecho aislado, sino parte de una política sostenida de proyección de fuerza en el Caribe.

Sin embargo, al combinar elementos militares de alto poder con un discurso político de deslegitimación hacia Maduro, Washington introduce un matiz que podría elevar el nivel de confrontación en una región que históricamente ha tratado de evitar convertirse en escenario de choques entre potencias.

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