Olanchito, septiembre de 1939: un reconocimiento al sacrificio de un padre

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En la memoria de Olanchito, septiembre de 1939 no fue un mes cualquiera. Frente a la vieja Casa de la Cultura, en el solar que luego sería el Parque Central Francisco Morazán, un grupo de maestros y estudiantes seguían encendiendo una antorcha que aún ilumina el presente: la Semana Cívica.

Las voces de los niños resonaban en coro, los estandartes ondeaban tímidos, y entre el murmullo de la multitud apareció una escena sencilla pero entrañable: la ciudadana Rosa Amalia Ramos leyendo en voz alta un reconocimiento al padre con más hijos en la escuela.

Fue Tomás Miranda quien se levantó entre los aplausos, símbolo de sacrificio y esperanza, con sus hijos sentados en pupitres de madera que guardaban todavía olor a tiza fresca y pizarrón.

Detrás de aquel acto cívico estaban los rostros firmes de Francisco Murillo Soto y los docentes de la Escuela Chacón y Valle, que jamás imaginaron que esa iniciativa, nacida del amor por la patria y la educación, crecería hasta convertirse en la tradición que hoy une a generaciones enteras.

Ellos, que apenas buscaban sembrar civismo en la niñez, estaban, sin saberlo, escribiendo la cuarta página de un libro que aún no ha terminado.

La Semana Cívica esa actividad que celebra la independencia. Ademas celebra la disciplina del trabajo, la fe en los valores cristianos, cívicos y morales, el orgullo de ser hondureños y el compromiso con la educación como la herramienta más poderosa para transformar vidas.

Han pasado décadas, pero en cada desfile, en cada niño que levanta una bandera, sigue vivo aquel espíritu de 1935. La ciudad ha cambiado, el parque central hoy se levanta imponente sobre esos predios donde todo inicio, pero la semilla de civismo sembrada por esos maestros permanece intacta.

Hoy, cuando la Semana Cívica llega cada septiembre, todavía parece escucharse la voz de Rosa Amalia Ramos, clara y solemne, leyendo un reconocimiento que trascendió más allá del papel. Y todavía parece verse la sonrisa de Tomás Miranda, orgulloso entre la multitud, como recordándonos que el amor por la educación siempre ha sido el verdadero rostro de la patria.

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