El dragón llega a Olanchito, comercio local enfrenta su mayor desafío

Opiniones

En las últimas semanas, la inauguración de nuevas megatiendas de capital chino en el casco urbano de Olanchito ha encendido una conversación que va más allá del simple comercio: ¿estamos presenciando el auge de una nueva economía local o el ocaso de nuestros emprendedores?

La instalación de dos grandes establecimientos de productos importados desde China, con una tercera tienda en proceso de apertura, ha transformado silenciosamente la dinámica del comercio en el valle del Aguán.

Pasillos llenos, precios bajos y anaqueles rebosantes de artículos para el hogar, herramientas, juguetes, ropa y electrónica: el fenómeno es innegable. Pero detrás de la aparente bonanza, surgen preguntas de fondo sobre el impacto real que esta expansión tendrá en los pequeños negocios locales.

Para muchos consumidores, estas tiendas representan un alivio. La promesa de “más por menos” seduce a una población golpeada por la inflación y el desempleo.

Sin embargo, para los comerciantes tradicionales —los que levantaron sus negocios con décadas de esfuerzo y reinversión—, la llegada de las megatiendas asiáticas se siente como una sentencia.

“No podemos competir con esos precios. Ellos venden más barato de lo que a nosotros nos cuesta traer el producto”, comenta un comerciante del centro de Olanchito, que prefirió el anonimato.

El problema no es solo económico; es también estructural. Como advirtió el expresidente del Cohep, Eduardo Facussé, muchas de estas tiendas en distintas ciudades del país operan sin Registro Tributario Nacional, sin facturar el Impuesto Sobre Ventas, y sin controles fiscales visibles.

Si el mismo patrón se replica en municipios como Olanchito, el panorama no solo será injusto, sino profundamente desequilibrado: mientras el comercio local cumple con cada tributo, la competencia extranjera juega bajo otras reglas.

El caso de Olanchito no es aislado. Desde Comayagüela hasta Tocoa, y ahora en las ciudades intermedias del norte hondureño, las llamadas “bodegas chinas” se expanden con rapidez, ofreciendo productos para todos los gustos, pero dejando tras de sí un vacío en el tejido económico local.

El expresidente de Fedecámaras, Menotti Maradiaga, lo resumió con claridad: “Así como la ropa de segunda desplazó a las costureras y el calzado barato eliminó a los zapateros, lo mismo ocurrirá con esta nueva ola de bodegas chinas. Los pequeños productores podrían ser los próximos afectados”.

Ese temor ya se percibe en Olanchito. En los mercados, zapateros, costureras y ferreteros expresan su frustración. Algunos incluso estan optando por cerrar sus locales ante la imposibilidad de competir con precios que, en muchos casos, parecen más simbólicos que sostenibles.

No se trata de rechazar la inversión extranjera —Honduras la necesita—, sino de garantizar que todos compitan bajo las mismas condiciones. La globalización no puede servir de excusa para permitir un comercio sin regulación ni control.

El gobierno local y las autoridades tributarias tienen la obligación de supervisar, fiscalizar y asegurar que los nuevos actores económicos contribuyan al desarrollo de la comunidad que los acoge.

La paradoja es evidente: mientras las pequeñas tiendas olanchitenses cierran por falta de ingresos, los grandes contenedores siguen llegando con mercancías sin que nadie pregunte quién gana realmente con esta dinámica.

El comercio chino es apenas el síntoma de un fenómeno mayor: la falta de políticas municipales y nacionales que fortalezcan el emprendimiento local. Olanchito, una ciudad con vocación productiva y emprendedor, no puede permitirse que la modernidad le pase por encima sin estrategia ni regulación.

Urge una reflexión sobre qué tipo de desarrollo queremos. Si el futuro comercial de nuestra ciudad se construye sobre el desplazamiento del pequeño comerciante, estaremos hipotecando no solo la economía, sino también la identidad de una comunidad que históricamente ha vivido del esfuerzo, la confianza y la cercanía entre vecinos.

El dragón asiático ya está aquí, y no se trata de detenerlo, sino de aprender a convivir con él bajo las mismas reglas. Pero si las autoridades callan y los contribuyentes cargan solos con el peso del sistema, Olanchito corre el riesgo de perder mucho más que su comercio local: puede perder su alma económica.