Llega esa temporada mágica del año en que los políticos desempolvan los cascos, sacan la cinta métrica y, como por arte de magia, redescubren que Olanchito tiene calles. ¡Qué coincidencia! Justo a treinta días de las elecciones, las mismas carreteras que durante cuatro años fueron puro polvo, ahora son el escenario de un frenético desfile de sonrisas, promesas y selfies.

En estos días, los candidatos de LIBRE recorren casi todas las aldeas y colonias de Olanchito con el mismo libreto de siempre: prometer pavimento como si fuera pan caliente. Llegan en caravana, con celulares, cámaras en mano y cinta métrica al cuello, anunciando obras que solo existen en la imaginación electoral.
Pero la población —esa que ya no se deja marear con discursos vacios— observa con indignación cómo intentan convertir otra vez la necesidad en espectáculo.
Mientras tanto, sus seguidores aplauden, se inflan de esperanza y repiten consignas, aun sabiendo en el fondo que todo es una mentira más, un espejismo que se desvanecerá tan pronto caiga el último voto en la urna.
Las escenas se repiten como un mal remake: candidatos midiendo con cinta las calles de las aldeas, anunciando estudios de pavimentación con tono mesiánico, mientras sus ayudantes documentan cada paso como si se tratara de un descubrimiento arqueológico.
Todo por amor al pueblo, dicen. Pero el guion es viejo: hace cuatro años ofrecieron el cielo, la luna y las estrellas. Cumplieron, claro… con las estrellas fugaces.
La realidad es que la red vial en todo el pais esta en ruinas, los accesos al valle del aguan olvidados, y las promesas se deshicieron porque nunga llegaron.
Ahora, con el reloj electoral corriendo, resurgen los anuncios milagrosos: “vamos a pavimentar si ganamos”. Un chantaje disfrazado de compromiso. Es la vieja táctica del voto condicionado, ese juego perverso que subestima la inteligencia del pueblo de Olanchito.
Pero el chiste se cuenta solo. Porque si para prometer necesitan una cinta métrica, para gobernar necesitarán algo más: credibilidad. Y esa, señores políticos, no se mide con metros, sino con memoria.
El pueblo ya aprendió a distinguir entre el que ofrece y el que cumple, entre el que promete pavimentar y el que deja huellas. Que lo tengan claro: la dignidad de Olanchito no está en venta, y este 30 de noviembre, el pueblo —con su voto— tendrá la mejor cinta métrica de todas: la del castigo democrático.


 
	 
						 
						