En el mapa centroamericano, Honduras parece estar protegida por su cordillera: un corazón montañoso que divide al país en dos mares. Sin embargo, bajo esas aguas azules —en el Caribe al norte y el Pacífico al sur— laten varias fallas geológicas activas que, según especialistas en geofísica, podrían generar un evento de magnitud catastrófica: un tsunami capaz de afectar sus costas y zonas bajas.

El riesgo no es nuevo, pero sí cada vez más tangible. El Caribe occidental, que baña el litoral norte hondureño, se asienta sobre un sistema complejo de fallas tectónicas, entre ellas la Falla del Motagua, la Falla Swan y la Falla del Caimán, que separan la placa del Caribe de la placa de América del Norte.
Estas fracturas, explican los expertos, son capaces de liberar energía suficiente para provocar desplazamientos del fondo marino, el mecanismo que detona las olas gigantes.
“El Caribe no es una zona tan sísmicamente activa como el Pacífico, pero su estructura geológica tiene potencial de generar tsunamis locales, con poco tiempo de aviso”, advirtió un informe del Centro de Alerta de Tsunamis del Caribe (CTWC), con sede en Puerto Rico.
“Las fallas frente a Honduras y Belice podrían producir ondas que impacten la costa norte en cuestión de minutos”.
La vulnerabilidad del Caribe hondureño
Según modelos de riesgo elaborados por instituciones regionales, los departamentos de Atlántida, Colón y Gracias a Dios concentran la mayor exposición. En particular, las ciudades costeras de La Ceiba, Tela y Trujillo, así como las Islas de la Bahía (Roatán, Utila y Guanaja), serían las primeras en recibir el impacto de un eventual tsunami.
En estas zonas, la plataforma continental es amplia y el relieve costero bajo, lo que amplifica el efecto de las olas. A diferencia del interior montañoso del país, aquí no existen barreras naturales que frenen la fuerza del mar.
“Un tsunami en el Caribe hondureño podría no tener la magnitud de los del Pacífico, pero sus efectos serían devastadores por la concentración poblacional y la falta de infraestructura de alerta temprana”, explicó a El Comejamo.

El Pacífico: un riesgo latente y compartido
En el extremo sur del país, el Golfo de Fonseca conecta a Honduras con las zonas más sísmicamente activas de Centroamérica. Allí convergen tres placas —la del Coco, la del Caribe y la de Nazca— en una danza tectónica constante que ha dado origen a los volcanes de Nicaragua y El Salvador.
En caso de un terremoto mayor frente a las costas de esos países, el oleaje podría alcanzar las costas hondureñas de San Lorenzo y Amapala en menos de una hora.
El propio Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) ha documentado movimientos en la región capaces de generar olas de más de dos metros de altura en eventos pasados.
A pesar de estos escenarios, la geografía montañosa de Honduras actúa como un escudo natural. Desde la Sierra de Omoa hasta la Montaña de Celaque, el territorio asciende bruscamente, reduciendo la posibilidad de que una ola penetre más allá de unos pocos kilómetros tierra adentro.
Sin embargo, los valles costeros y las planicies del Aguán y del litoral atlántico son sumamente vulnerables, sobre todo si el evento ocurre de noche o sin sistemas de alarma activos.
“El problema no es solo la ola, sino la falta de cultura de evacuación”, advierte la oceanógrafa María José Umanzor. “En países como Japón, los simulacros son parte de la rutina escolar. Aquí, la mayoría de la gente no sabría qué hacer si el mar se retira repentinamente”.
El Centro de Estudios Atmosféricos, Oceanográficos y Sísmicos (CENAOS) de Honduras ha comenzado a instalar boyas de monitoreo y sistemas de alerta temprana, pero reconoce que la cobertura es limitada. Las distancias, la falta de mantenimiento y la escasa coordinación institucional dificultan una respuesta oportuna.

Aun así, el país se encuentra en una posición estratégica para establecer una red de detección regional. “El siguiente paso es la educación y la integración con los sistemas del Caribe y el Pacífico. Un tsunami no respeta fronteras”, concluye Umanzor.
Mientras los turistas disfrutan de las playas de Roatán y los pescadores lanzan sus redes frente a Trujillo, bajo la aparente calma del Caribe se mueven fuerzas que nadie ve, pero todos deberían comprender.
Honduras, en su corazón de montañas, parece inmune al mar, pero el país está rodeado por él. Y si la tierra tiembla en el momento y lugar equivocado, la ola podría no dar tiempo de mirar atrás.


 
	 
						