Santiago Emilio Saybe Mejía: la voz, la pluma y el alma de un Olanchito que aprendió a soñar en radio y escuela

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Olanchito — En la memoria de Olanchito, donde las campanas del reloj del parque aún marcan el ritmo lento de las tardes y los viejos micrófonos guardan secretos de otra época, resuena un nombre que parece pronunciado con respeto y cariño: Santiago Emilio Saybe Mejía. Fue maestro, periodista, auditor, soñador y pionero.

Pero, ante todo, fue un hijo de su tierra, enamorado de la gente y del poder transformador de la palabra.

Nacido el 25 de julio de 1932, en Olanchito, hijo de Jesús Moisés Saybe y Leopolda Mejía de Saybe, Santiago creció entre el bullicio de las calles polvorientas y el eco de las primeras radios que traían voces del mundo exterior. Compartió su infancia con sus hermanos Argelia, Yolanda, Carlos y Moisés, una familia unida por el trabajo, la educación y la fe.

Su paso por la Escuela Modesto Chacón marcó el inicio de un camino que continuó en el Instituto Francisco J. Mejía, donde se graduó como Perito Mercantil. En esas aulas —de pupitres de madera y pizarras gastadas—, Santiago descubrió su vocación por enseñar y por dejar huellas duraderas en las generaciones jóvenes.

Dicen sus antiguos alumnos del Instituto Guillermo Moore que el profesor Saybe no solo enseñaba contabilidad, sino también valores. Era exigente, pero justo; serio, pero profundamente humano. Más tarde, volvería al Francisco J. Mejía como catedrático, siempre fiel a su pasión por la enseñanza y por el orden meticuloso de los números.

En 1980, siendo maestro guía de Tercero de Comercio, impulsó junto a sus estudiantes la construcción del parque del Instituto Francisco J. Mejía, un espacio que aún hoy sirve de punto de encuentro y descanso para nuevas generaciones.

Allí, entre risas juveniles y árboles de sombra vieja, late todavía un fragmento de su legado.

Con una ética inquebrantable, Santiago Saybe se desempeñó como auditor municipal, sirviendo en distintas administraciones —entre ellas la del recordado Dionisio Romero Narváez.

Desde esa trinchera silenciosa, cuidó las cuentas públicas con la misma disciplina con la que corregía una hoja de balance en clase.

Fue también miembro del Partido Liberal, y en 1986 aceptó el reto de ser candidato a la Alcaldía Municipal de Olanchito, convencido de que el servicio público debía ser una extensión natural del compromiso con su comunidad.

Pero si algo inmortalizó su nombre, fue su paso por el periodismo local. En 1974, junto a Max Sorto Batres, fundó un pequeño servicio de noticias que muy pronto se convertiría en leyenda: “La Verdad”, el noticiero que por años fue la voz más escuchada del Aguán.

Uno escribía, el otro leía, y entre ambos construyeron una narrativa cotidiana del acontecer olanchitense, entre cables de radio, libretas de notas y grabadoras de carrete.

La Súper Radio La Primerísima fue su primer hogar mediático, luego Radio Lux y, más tarde, Canal 4, un circuito cerrado que fue semilla de algo más grande. Con el tiempo, junto a su esposa María Teresa Romero Castillo de Saybe y sus hijos —María Teresa, Carlos Eduardo, Gustavo Adolfo y Jesús Santiago— fundó Canal 32, la que hoy es una empresa televisiva consolidada en todo el valle del Aguán.

Desde Canal 32, Santiago Saybe se convirtió en un puente entre los poderosos y los humildes, entre los barrios olvidados y las instituciones. Organizó maratones solidarias, apoyó al Cuerpo de Bomberos, colaboró con escuelas rurales y promovió el fútbol local, especialmente al Club Deportivo Social, del cual fue presidente. Su liderazgo no se medía en discursos, sino en hechos.

En 2010, el Carnaval del Jamo lo honró como Mariscal, un reconocimiento que más que un título fue un abrazo de su pueblo. Un año después, el 1 de enero de 2011, Olanchito se vistió de luto: había partido uno de sus hijos más queridos.

Hoy, un busto en su honor recuerda su paso por esta tierra. Pero más que el mármol, es la memoria viva de quienes lo conocieron la que mantiene encendida su luz. En cada salón de clases donde se enseña contabilidad, en cada micrófono encendido para contar una historia local, y en cada gesto de servicio al prójimo, Santiago Saybe Mejía sigue presente.

Fue —y sigue siendo— un símbolo de esa Olanchito laboriosa, educadora y soñadora. La Olanchito que no olvida a sus hijos cuando se van, porque sabe que algunos hombres, como él, nunca mueren del todo: simplemente cambian de frecuencia y siguen transmitiendo desde el corazón de su pueblo.