Matta Ballesteros: el narco que fue aliado de Washington antes de ser su enemigo

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De aliado funcional en la Guerra Fría a enemigo público número uno: la captura irregular, la fortuna incalculable y las complicidades militares, políticas y extranjeras detrás del hondureño que ofreció pagar la deuda externa.

Tegucigalpa, Honduras. — La madrugada del 5 de abril de 1988, en una calle tranquila de la colonia Los Ángeles de Comayagüela, un hombre que acababa de terminar su rutina de ejercicios fue rodeado por agentes armados, reducido sin oponer resistencia y subido a un vehículo sin placas. Horas después ya no estaba en Honduras.

Ese hombre era Juan Ramón Matta Ballesteros, el hondureño que ayudó a tejer el corredor de cocaína entre Colombia y México rumbo a Estados Unidos, y cuyo nombre encarnó por igual el mito del “benefactor” local, el temido operador del Cartel de Medellín y Guadalajara, y el símbolo de la connivencia entre élites políticas, militares y agencias extranjeras.

Su captura, calificada por su familia y su defensa como un secuestro con complicidad del Estado hondureño, y su posterior “remoción” hacia territorio estadounidense, siguen siendo uno de los episodios más controversiales en la historia reciente del país:

“una operación ejecutada al margen de un tratado de extradición, en plena Guerra Fría, contra un hombre que también había sido contratado por el propio gobierno de Estados Unidos para operaciones encubiertas”.

Hoy, tras su muerte en prisión en Estados Unidos el 30 de octubre de 2025, el caso Matta vuelve a abrir expedientes incómodos: su fortuna, su oferta de pagar la deuda externa de Honduras, los contratos con Washington, las propiedades incautadas y devueltas, y las fisuras de un Estado que primero lo toleró, luego lo utilizó y finalmente lo expulsó.

La operación del 5 de abril: captura o secuestro de Estado

De acuerdo con relatos judiciales y de prensa de la época, Matta fue detenido cuando ingresaba a su vivienda sin disparar un solo tiro. El operativo fue ejecutado por unidades especiales Cobras y elementos de la Fuerza de Seguridad Pública (FUSEP), bajo mando del coronel Aquiles Riera Lunatti, con participación de fuerzas especiales de La Venta y coordinación con agentes estadounidenses.

En cuestión de horas, Matta fue sacado del país: trasladado primero a República Dominicana y luego enviado a Puerto Rico, donde se formalizó su detención al pisar jurisdicción estadounidense, esquivando así el obstáculo legal de que la Constitución hondureña prohibía la extradición de nacionales.

Su esposa, Nancy de Matta, denunció públicamente que no se trató de una captura legal, sino de un secuestro orquestado. El abogado defensor, Carlos Lorenzana, acusó al Estado hondureño de haber “entregado” a su cliente a un gobierno extranjero fuera de todo procedimiento formal; meses después, Lorenzana fue asesinado por sicarios frente a su casa, un crimen nunca esclarecido.

La reacción fue inmediata. Miles de estudiantes y simpatizantes salieron a las calles; la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa fue incendiada, murieron al menos cinco personas y el gobierno de José Azcona Hoyo declaró estado de emergencia.

El mensaje hacia la población fue contradictorio: el Estado que durante años toleró y se benefició de Matta, ahora lo expulsaba como trofeo de cooperación antidrogas de Washington.

Del niño pobre al arquitecto del “puente” de cocaína

Nacido en 1945 en Tegucigalpa y criado en la pobreza, Matta trabajó como ayudante en buses y cayó pronto en pequeños delitos. Su salto vino cuando se integró a redes criminales en Estados Unidos y luego en Colombia y México, hasta convertirse en un intermediario clave entre el Cartel de Medellín y el Cartel de Guadalajara, articulando rutas terrestres y aéreas que desplazaron el tráfico del Caribe hacia Centroamérica.

En su auge, autoridades estadounidenses estimaron que las estructuras vinculadas a Matta ayudaban a mover una porción enorme de la cocaína que ingresaba a Estados Unidos en los años 80, generando ganancias millonarias semanales.

Para Honduras, su figura fue ambivalente: mientras informes internacionales lo señalaban como uno de los narcotraficantes más influyentes del continente, en regiones de Olancho y El Paraíso era visto como patrón ganadero, empleador generoso y benefactor que pagaba salarios altos, financiaba fiestas y ayudaba a campesinos con medicinas y alimentos.
De Honduras a Colombia: el ascenso del intermediario invisible

A mediados de la década de 1970, cuando la cocaína comenzaba a reemplazar a la marihuana como la droga más rentable del hemisferio, Juan Ramón Matta Ballesteros dejó atrás Tegucigalpa en busca de fortuna. Había conocido el contrabando desde joven, pero su verdadera oportunidad apareció en Colombia, en los primeros años del auge del Cartel de Medellín.

En Medellín, Matta empezó como un pequeño transportista que ofrecía contactos logísticos a narcotraficantes colombianos para mover cargamentos de cocaína hacia el norte.

Pronto, su inteligencia, discreción y habilidad para negociar lo convirtieron en un intermediario clave. Según informes judiciales y reconstrucciones periodísticas de la época, fue uno de los primeros hondureños en establecer vínculos directos con Pablo Escobar, Carlos Lehder y los hermanos Ochoa, los hombres que transformarían la cocaína en una industria global.

Su papel era claro: conectar a los colombianos, productores y dueños de los laboratorios, con los traficantes mexicanos, que controlaban las rutas terrestres y los puntos de ingreso a Estados Unidos.

Honduras, con sus costas caribeñas y su posición geográfica privilegiada, se convirtió gracias a él en un país puente del narcotráfico continental.

El contacto con los mexicanos: del Cartel de Medellín al Cartel de Guadalajara

Durante sus estancias en México, Matta conoció a Miguel Ángel Félix Gallardo, fundador del Cartel de Guadalajara, y a Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, con quienes tejió una alianza que cambiaría el mapa del narcotráfico.

Mientras los colombianos necesitaban rutas seguras para introducir cocaína en el mercado estadounidense, los mexicanos buscaban un socio confiable que les garantizara el suministro constante y la protección militar en Centroamérica. Matta fue ese puente.

Según exagentes de la DEA citados en informes posteriores, el hondureño se convirtió en el “diplomático” del narcotráfico: hablaba con políticos, militares y empresarios, negociaba cargamentos y sobornos, y lograba acuerdos que ni los propios capos podían sellar entre sí.

Para entonces, ya movía grandes sumas de dinero, adquiría propiedades en Honduras y Colombia, y mantenía una flotilla aérea propia. Fue en esa época cuando fundó SETCO Airlines, una empresa que oficialmente ofrecía servicios turísticos y agrícolas, pero que, según las investigaciones, transportaba droga y, más tarde, armas para la Contra nicaragüense en contratos avalados por el Departamento de Estado de Estados Unidos.

La caída en Colombia y su fuga de película

Su poder creció tanto que, en 1985, las autoridades colombianas decidieron actuar. Matta fue arrestado en Bogotá, acusado de participar en redes de tráfico internacional y de tener vínculos con el asesinato de agentes y rivales del Cartel.

Fue recluido en la Cárcel Modelo de Bogotá, una de las prisiones más seguras del país, pero también una de las más corruptas.

Lo que ocurrió después parecería guion de cine: el hondureño escapó en marzo de 1986 de esa prisión de máxima seguridad. Las versiones coinciden en que lo hizo vestido con uniforme militar, aprovechando un cambio de guardia y con apoyo logístico desde dentro.

La fuga fue tan audaz que algunos periódicos colombianos de la época la calificaron como “la evasión más espectacular del narcotráfico latinoamericano”.

La noticia recorrió América: un extranjero, sin disparar un tiro, había burlado al sistema penitenciario de uno de los países más violentos del continente. De inmediato, Matta reapareció en Honduras.

Regreso a Honduras: entre la legalidad y el poder económico

De vuelta en su país, Matta se presentó voluntariamente ante la justicia hondureña el 31 de marzo de 1986, alegando inocencia y reclamando su derecho a un proceso nacional. El juez le dictó auto de prisión preventiva, pero fue liberado en noviembre del mismo año, beneficiado por una fianza.

Desde entonces, se concentró en invertir su fortuna en el sector agrícola y ganadero, principalmente en Olancho y El Paraíso. Aumentó su influencia local, patrocinó proyectos comunitarios y consolidó su imagen de empresario benefactor.

Para los campesinos, era un hombre generoso que regalaba granos básicos y organizaba fiestas patronales. Para las autoridades estadounidenses, era un capo en expansión que operaba bajo la protección de oficiales hondureños de alto rango.

El Departamento de Estado llegó a acusarlo de organizar en Honduras una célula del Cartel de Medellín, desde donde coordinaba el paso de toneladas de cocaína rumbo a México y Estados Unidos. La DEA lo consideraba, junto a Félix Gallardo, una pieza central del tráfico global.

El asesinato de “Kiki” Camarena y la conexión que selló su destino

El 7 de febrero de 1985, el agente encubierto de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena Salazar, fue secuestrado en Guadalajara por hombres del Cartel de Guadalajara, liderado por Rafael Caro Quintero, Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo. Su cuerpo apareció un mes después con señales de tortura, un crimen que estremeció a Estados Unidos y desencadenó una de las operaciones internacionales más intensas contra el narcotráfico latinoamericano.

En ese contexto, Matta Ballesteros fue señalado como uno de los facilitadores logísticos del secuestro. Según las investigaciones de la DEA, habría proporcionado apoyo y recursos al Cartel de Guadalajara, incluyendo el uso de propiedades y aeronaves para trasladar a algunos de los involucrados.

Además, registros de hotel y una muestra de cabello supuestamente suya lo ubicaron en Guadalajara durante los días en que Camarena estuvo cautivo.

Aunque nunca se demostró su participación directa en el asesinato, el hecho de estar asociado con los líderes del cartel y con la logística de sus operaciones fue suficiente para convertirlo en objetivo prioritario de Estados Unidos.

El caso Camarena fue el detonante que cambió su estatus: de socio útil de la Guerra Fría a enemigo público internacional. A partir de entonces, su destino quedó sellado; Washington no descansaría hasta tenerlo bajo su custodia, y Honduras se vería forzada a entregarlo, aún al costo de violar su propia Constitución.

SETCO, la Guerra Fría y la incomodidad de Washington

La historia de Matta expone un punto neurálgico: sus negocios fueron útiles para Estados Unidos antes de ser inaceptables.

Documentos del Senado estadounidense (Informe Kerry) y reportes desclasificados muestran que la aerolínea SETCO, vinculada a Matta, fue contratada por el Departamento de Estado para transportar suministros a la “Contra” nicaragüense en 1986, pese a que ya era identificado como narcotraficante de alto perfil por agencias estadounidenses.

Es decir, mientras la DEA lo clasificaba como violador de Clase I y lo perseguía, otro brazo del gobierno lo utilizaba como proveedor logístico en la Guerra Fría regional.

Esa dualidad alimentó la narrativa de sectores hondureños y analistas internacionales que ven en el caso Matta una muestra de cómo la geopolítica toleró —e incluso financió— estructuras criminales que luego serían perseguidas como amenazas estratégicas.

La fortuna y la oferta de pagar la deuda externa

En paralelo a su expansión criminal, Matta construyó un emporio económico que incluía fincas, empresas agrícolas, ganaderas, inmobiliarias y operaciones internacionales.

Diversas publicaciones y recuentos periodísticos citan estimaciones que ubican su patrimonio en más de 2.000 millones de dólares, e incluso referencias a valoraciones cercanas a los 2.500 millones en su punto más alto, cifras imposibles de verificar plenamente, pero consistentes con el volumen de droga que movía.

En ese contexto surge uno de los episodios más recordados y polémicos: su supuesto ofrecimiento de pagar la deuda externa de Honduras a cambio de garantías y legitimidad.

Fuentes periodísticas y analistas recogen que, a mediados de los 80, cuando la deuda rondaba poco más de los mil millones de dólares, Matta habría planteado la posibilidad de asumirla. El presidente Azcona Hoyo —según esos relatos— rechazó el gesto; otros funcionarios habrían insinuado en público que el dinero “sería bienvenido”.

Más allá de si la oferta fue formal o calculada, el episodio resume el desnivel de poder: un narcotraficante con potencial capacidad financiera para rivalizar con el Estado, en un país frágil institucionalmente.

De símbolo de poder a pieza de una guerra política y moral

Matta fue condenado en Estados Unidos por narcotráfico y empresa criminal continua, y estuvo inicialmente vinculado al secuestro del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena, aunque esos cargos específicos fueron retirados décadas después al debilitarse la prueba forense.

Murió el 30 de octubre de 2025 en el Centro Médico Federal de Springfield, Missouri, tras cumplir más de tres décadas de encierro.

Su historia condensa varias capas:
• Un país pequeño convertido en corredor estratégico de la cocaína.
• Una élite militar y política que lo toleró y lo usó.
• Un aliado incómodo de Washington que pasó de proveedor en la Guerra Fría a enemigo público del mismo sistema que lo contrató.
• Un hombre cuyo dinero llegó a ser presentado —real o simbólicamente— como solución a la deuda externa de Honduras.