El partido Libertad y Refundación (Libre) nos enseñó una lección que, curiosamente, hoy se vuelve su propia condena: es prohibido olvidar.

Y sí, tienen razón. Es prohibido olvidar.
Prohibido olvidar —por ejemplo— el famoso “narcovideo”, aquel en el que Carlos Zelaya pronunció la frase que pasará a la historia de la impunidad con tono de camaradería revolucionaria: “la mitad para el comandante”.
Prohibido olvidar los cheques de SEDESOL, que según las investigaciones beneficiaron a la diputada Isis Cuéllar y al ministro Cardona, porque al parecer la solidaridad en tiempos de Libre también se mide en endosos.
Prometieron una CICIH —esa esperanza de transparencia que muchos votaron con fe— y no solo no llegó, sino que la enterraron con el mismo entusiasmo con el que inauguraron peajes que juraron eliminar.
Hablaron de refundar la patria, pero empezaron derogando la extradición, porque nada dice “soberanía nacional” como proteger al amigo incómodo de los tribunales extranjeros.
En este país donde la memoria es corta y el cinismo largo, prohibido olvidar también que el gobierno de Estados Unidos —ese que antes era el villano imperial— hoy los señala de nexos con el Cártel de los Soles. Pero tranquilos: si alguien pregunta, se dirá que es una conspiración internacional, o una fake news del capitalismo decadente.
Prohibido olvidar la sobrevaloración de los hospitales móviles —según su propio exministro de Salud—, que salieron más caros que curar al enfermo. Prohibido olvidar la falta de medicinas, los hospitales sin jeringas, y las farmacias del pueblo que se quedaron en el discurso.
Y ya que estamos en modo memoria selectiva, prohibido olvidar la instrumentalización del Ministerio Público, donde la justicia viste de rojo y actúa por encargo.
Prohibido olvidar, también, el ingenio criollo de un Estado que compra boletos aéreos en ferreterías; una joya administrativa digna de exportación.
Prohibido olvidar el abandono a los migrantes y la cancelación del TPS, mientras los discursos oficiales hablan de “hermanos que sueñan en el norte” —eso sí, sin devolverlos con dignidad ni esperanza.
Prohibido olvidar que tenemos la peor devaluación del lempira en años, que la violencia resurge disfrazada de estadísticas manipuladas, que los femicidios ya no son noticia sino rutina, y que la extorsión volvió a ser el impuesto más puntual del país.
Prohibido olvidar que los secuestros regresaron, que las computadoras de SENACIT costaron más que un laboratorio, y que las carreteras de la Ceiba a Trujillo siguen igual: llenas de baches y promesas.
Prohibido olvidar, finalmente, los ataques a las iglesias y a los líderes espirituales, porque hasta la fe —esa última trinchera del alma hondureña— fue convertida en adversaria política.
El 30 de noviembre no se trata solo de votar: se trata de recordar.
Recordar que LIBRE nos mintió.
Que su promesa de refundación terminó siendo una restauración del viejo poder con otro color.
Y que, si en verdad es prohibido olvidar, entonces este pueblo tendrá la obligación moral de hacerlo valer en las urnas.
Porque la memoria, aunque tarde, siempre pasa factura.

