A cincuenta días del veredicto: Honduras entre el desencanto, la esperanza y el voto duro

Opiniones

Honduras se acerca a un nuevo punto de inflexión. A menos de cincuenta días de las elecciones generales, el país respira entre el cansancio, la desconfianza y la ansiedad de un pueblo que ha visto pasar gobiernos de todos los colores sin sentir el cambio prometido.

Tres nombres concentran la atención: Rixi Moncada, Salvador Nasralla y Nasry “Papi a la Orden” Asfura. Tres estilos, tres historias, tres lecturas distintas de una nación que sigue buscando rumbo.

Rixi Moncada: la candidata que carga con el peso del poder

Rixi Moncada llega al tramo final de la contienda con una mochila más pesada que su discurso. Su candidatura no solo representa la continuidad del proyecto de LIBRE, sino también las consecuencias de su ejercicio de gobierno: un mandato que prometió refundar Honduras, pero que hoy enfrenta críticas por corrupción, promesas incumplidas, tensiones diplomáticas y escándalos de narcovideos que han dañado la credibilidad del oficialismo.

Rixi es inteligente, con mucha experiencia en Gobiernos. Sin embargo, su campaña se ve eclipsada por la sombra del desgaste político de su partido. En el imaginario colectivo, LIBRE ya no encarna la rebeldía del 2013, sino la inercia del poder.

Sus bases siguen movilizadas, pero el ciudadano promedio —ese que vota con la cabeza más que con la camiseta— parece cada vez más distante.

En política, el tiempo desgasta, y en el caso de LIBRE, también desacredita. Las decisiones diplomáticas, el acercamiento con gobiernos autoritarios y el clima de confrontación interna dentro del propio partido amenazan con pasar factura el día de las urnas.

Salvador Nasralla: el eterno candidato que toca la puerta del poder

El caso de Salvador Nasralla es, en sí mismo, una paradoja. Llega al Partido Liberal en un momento en que la bandera rojo, blanco y rojo vuelve a ondear con fuerza después de casi dos décadas fuera del poder. Su carisma televisivo y su figura antiestablishment lo colocan en el radar de miles de votantes desencantados, pero su discurso, cargado de triunfalismo y frases efectistas, podría volverse un arma de doble filo.

Decir que “la mitad del nacionalismo está con él” suena más a deseo que a realidad. El Partido Nacional es una estructura disciplinada, de voto leal y memoria partidaria.

Pretender que ese bloque migre en masa hacia el liberalismo es, como mínimo, una lectura ingenua del comportamiento electoral hondureño.

Nasralla enfrenta el desafío de unificar a un liberalismo fracturado, dominado por caudillos locales y viejas rencillas internas. Si no logra cohesionarlo bajo una sola voz, su campaña podría quedarse, una vez más, a mitad del camino.

Su talento mediático no está en duda; su problema es el mismo de siempre: confundir la popularidad con el poder real.

Nasry Asfura: el voto duro que resiste el desgaste

Nasry “Papi a la Orden” Asfura sigue siendo el candidato de la resistencia estructural. Pese a las renuncias recientes en Cortés y las fracturas internas, el Partido Nacional conserva una maquinaria aceitada, un voto duro que se activa sin titubeos y una red territorial de alcaldías que representan poder real en el terreno.

Asfura conoce el juego. Sabe que su mejor carta no es la novedad, sino la constancia. Con más de 1.2 millones de nacionalistas fieles y una base municipal que domina más de la mitad del país, su desafío no es movilizar, sino convencer a los nuevos votantes de que el pasado puede gobernar el futuro sin repetir sus errores.

El problema, claro está, es el lastre. Doce años en el poder dejaron cicatrices: corrupción, narcotráfico e impunidad. Papi intenta desprenderse de ese legado con una narrativa de gestión y trabajo.

Un país entre la desconfianza y la decisión

Honduras llega a esta elección con un ciudadano agotado. La economía se tambalea, la migración sigue drenando esperanzas y la inseguridad social se ha convertido en un estado emocional tanto como en una estadística. Los tres candidatos prometen cambio, pero el país parece exigir algo más: coherencia, honestidad y resultados reales.

El voto hondureño no es ingenuo; es desconfiado. Ha aprendido —a golpes— que la esperanza mal administrada se convierte en cinismo. Y aunque el fervor partidario sigue vivo en muchos rincones, el voto indeciso podría definir esta elección más que las caravanas o los mítines.

A cincuenta días del veredicto popular, Honduras no busca un salvador ni una refundación. Busca dirección, equilibrio y credibilidad. En esta carrera de tres, ninguno tiene el triunfo asegurado. Pero todos —sin excepción— tienen una deuda pendiente con la historia.