AMELIA DEL CARMEN LOZANO PUERTO: UN CRIMEN AÚN PENDIENTE DE RESOLVER

Opiniones

Por Juan Ramón Martinez

Cuando una muerte es trágica, toma por sorpresa a parientes y amigos. Eso fue lo que sucedió en Olanchito, departamento de Yoro, con el asesinato de Amelia del Carmen Lozano Puerto, más conocida como Melita. El crimen fue cometido el 12 de noviembre de 2019. Han pasado seis años y seguimos esperando justicia. Las autoridades correspondientes no han resuelto el caso.

Este crimen resultó aún más sorpresivo tratándose de una mujer como Melita, llena de virtudes: nobleza, buena madre, buena amiga, buena hija, excelente ciudadana, mujer emprendedora y con gran resiliencia para afrontar la vida.

Melita era hija de Miguel Ángel Lozano Murillo y Amelia Trinidad Puerto Andino, ambos fallecidos (QDDG). Un matrimonio ejemplar, con una conducta de servicio y humildad permanentes. Eran pacifistas por vocación y convicción. Cuando don Miguel Lozano, alias Koyo, se hizo ganadero en el sector de Isletas, departamento de Colón, fue visitado por ladrones de ganado.

Él sabía quién le robaba y recibió propuestas gratuitas de amigos del valle arriba y valle abajo del sector de Olanchito para “enviar al más allá” a los abigeos. Miguel Lozano, reflexionando sobre decisiones que nunca consideró en su vida, rechazó completamente la oferta. Sabía que una decisión así ponía en peligro a toda su familia, aunque los ejecutores juraran un silencio sepulcral. Como dice el refrán popular: «Entre cielo y tierra no hay nada oculto».

Miguel Lozano, Koyo, resolvió vender su propiedad y comenzar una nueva vida en la ciudad puerto de La Ceiba. Allí se estableció como propietario de un supermercado y también volvió a convertirse en ganadero en el municipio de La Másica, junto a su hijo Chilo Lozano, conocido popularmente como Chilón (QDDG).

Con el esfuerzo de sus padres, Melita se convirtió en enfermera profesional, con el título de Licenciada en Enfermería. Destacó por su dedicación al estudio y su conducta ordenada y decente. Como profesional, pasó a trabajar en el hospital HOCOSA de Coyoles Central, donde conoció al que sería su esposo y padre de sus cinco hijos: Bill O’ney Posas, médico especialista en Ginecología.

Por esas cosas de la vida que uno no puede controlar, el doctor Bill O’ney Posas murió de cáncer terminal, dejando viuda a su querida Melita y sin padre a sus adorados hijos. Valga decir que el carácter responsable de Melita la llevó a renunciar a su trabajo para dedicarse por completo al cuidado de sus hijos mientras su esposo seguía desempeñando su labor de médico en HOCOSA y en el hospital de Olanchito.

Fue así como logró que sus hijos se formaran profesionalmente: uno es médico cirujano con una especialidad de alto nivel en cardiología, egresado de una prestigiosa universidad en México; otra hija es doctora en Química y Farmacia; otro varón es ingeniero agrónomo; la hija menor es doctora en Medicina; y el gemelo, ingeniero civil. Todos sus hijos son excelentes profesionales.

Cuando su esposo murió, los muchachos estaban en proceso de formación académica y la hacienda que poseía quedaba endeudada en el banco, sin moras, pero con deuda. A Melita se le vino el cielo encima, pero no se acobardó. Sacó adelante a sus hijos, puso a funcionar la propiedad de manera eficiente y ejemplar. Por ello, fue admirada por los ganaderos del sector. Melita era una mujer ordenada, detallista, servicial y muy eficiente.

En el ambiente de Olanchito, se le conocía como una mujer de buenas costumbres, apegada a la religión católica y muy entregada. Era muy expresiva y efusiva para saludar, igual que su madre, Amelia Trinidad Puerto Andino. No se guardaba nada. Era transparente, sin malas intenciones. Sus obligaciones maternales y de ganadería, más su participación en la iglesia, no le daban tiempo ni lugar para pensar mal, mucho menos para actuar mal.

El asesinato de Melita conmocionó a la familia y a quienes la conocieron. Nadie podía imaginar que una persona tan llena de vida, de buenos sentimientos y conducta decente pudiera morir de manera trágica. Algo increíble.

De inmediato, el pueblo de Olanchito, en su gran mayoría, declaró la culpabilidad de la persona implicada. Yo lo he escuchado, al igual que toda la familia y amigos. No puedo mencionar nombres porque legalmente no me corresponde. La ley de nuestro país me puede castigar a mí con más velocidad que a un culpable por acusar públicamente a alguien.

Según informes “confidenciales” del pueblo de Olanchito, algunas autoridades tenían certeza de quién había cometido el crimen. El proceso se estaba realizando en Olanchito cuando, de repente, se llevaron el caso a San Pedro Sula, a la sección de Violencia contra la Mujer. Han pasado varios años y no hay respuesta.

¿La pregunta es: por qué no hay respuesta ágil? ¿Para qué se llevaron el caso a San Pedro Sula, lejos del escenario de los acontecimientos? Bien podría decir yo que aquí hay gato encerrado, pero no me consta. Lo que sí consta es que no hay solución para el caso. Este es un caso más que saca a Olanchito de la excelencia del civismo y lo va colocando como una ciudad donde muere gente de bien sin pena ni gloria. NO HAY JUSTICIA.

Como lo dijo el poeta Roberto Sosa:

«Entré a la casa de la justicia de mi país y comprobé que se vive en espera de algo que no existe…»

Señores, EL CASO DE MELITA, COMO EL DE OTROS QUE HAN OCURRIDO, NO PUEDE QUEDAR IMPUNE.