Hay historias que no nacen en los juzgados ni se entienden en los expedientes. Se construyen con madrugadas, con cansancio acumulado y con una fe obstinada en que el trabajo honesto todavía vale la pena. La de Saúl Duarte y Gabriela Núñez es una de esas historias que Olanchito conoce bien.

Antes de este exito logrado hasta hoy estuvieron dos jóvenes que, al casarse, decidieron unir no solo sus vidas, sino su capacidad de trabajo. Así nació La Esquina del Sabor: sin lujos, sin atajos, con esfuerzo puro.
Quien haya pasado por ahí en aquellos primeros años recuerda las filas, la espera y la certeza de que algo bien hecho estaba ocurriendo. El éxito no llegó de golpe; llegó a fuerza de constancia.
Luego vino Ibagari Grill. Creció el proyecto, se profesionalizó la operación, pero no cambió lo esencial. Saúl siguió siendo el mismo: el hombre delgado que a ratos se sienta en cualquier silla del local, observando, escuchando, levantándose cuando Gaby o algún colaborador lo llama para resolver lo cotidiano.
Así transcurren sus días, uno tras otro, con la serenidad de quien entiende que ningún negocio funciona sin presencia humana.
Por eso resulta profundamente doloroso ver cómo, en Honduras, la justicia puede irrumpir sin matices, con despliegues que impresionan, pero que dejan heridas difíciles de cerrar.
No se trata de negar la obligación del Estado de investigar; se trata de cómo se investiga y a quién se expone primero. Cuando el ruido precede a la prueba, la dignidad queda en segundo plano.
El impacto de estos episodios no se mide solo en titulares. Se mide en hogares alterados, en hijos confundidos, en trabajadores angustiados, en pueblos enteros que se preguntan si el esfuerzo visible puede convertirse, de un día para otro, en sospecha pública.
Ese es el costo humano de una justicia que a veces parece olvidar que detrás de cada nombre hay personas reales.
Desde esta redacción, la solidaridad con Saúl y Gabriela nace de algo sencillo: la memoria. La memoria de verlos trabajar, de saber que su historia no se escribió en la sombra, sino a plena luz del día. Defenderlos hoy no es un gesto personal; es una defensa del principio elemental de que nadie debe ser señalado sin pruebas ni juzgado antes de tiempo.
Honduras necesita una justicia firme, sí, pero también prudente. Una justicia que investigue con rigor, no con estridencia. Que entienda que la autoridad no se demuestra humillando, sino esclareciendo. Porque cuando el sistema olvida a las personas, pierde su razón de ser.
Olanchito sabe quiénes son Saúl y Gabriela. Y el país debería recordar que el Estado de derecho se sostiene tanto en la ley como en la humanidad con la que se aplica.

