Tegucigalpa. La Secretaría de Educación de Honduras ha decidido –en un giro que mezcla realismo mágico con lógica burocrática– reabrir las aulas a nivel nacional… con una pequeña excepción: San Pedro Sula y Tegucigalpa seguirán a distancia porque ahí el COVID-19 “sí pega fuerte”.

Según el comunicado oficial, el martes 29 de julio de 2025 marca el regreso a clases presenciales en todo el país, excepto en las dos ciudades más golpeadas por la nueva variante del Sar-COVID-19: la metrópolis industrial y la capital. Ahí, por ahora, el aprendizaje sigue a punta de Zoom, tareas por WhatsApp y quejas por datos móviles agotados.
“La seguridad de todos es una responsabilidad compartida”, asegura el comunicado firmado por el ministro Daniel Enrique Sponda Velásquez, quien además exhorta a docentes, estudiantes y administrativos a seguir estrictamente las medidas de bioseguridad, en una especie de mantra ya desgastado por años de pandemia.
Pero la medida ha despertado más preguntas que aplausos. Algunos se preguntan si el virus tiene preferencia por códigos postales o si en los pueblos del interior el COVID-19 simplemente no entra porque no hay comidas rapidas.
La decisión llega luego de varios días de confusión, donde primero se ordenó teletrabajo generalizado para burócratas, luego clases virtuales para todos y ahora, como quien no quiere la cosa, se desanda parte del camino: a clases presenciales otra vez, pero solo en donde el virus aparentemente “se porta bien”.
En los pasillos del magisterio, el anuncio ha sido recibido con cejas levantadas. “¿Decidan, pues? ¿Virtual o presencial? ¡La cosa no es changoneta!”, expresó un docente en redes sociales, reflejando el sentir de muchos que aseguran que la improvisación educativa se ha vuelto costumbre.
La Secretaría de Salud, que recomendó mantener la virtualidad solo en Tegucigalpa y San Pedro Sula, fue clara: la variante actual es altamente contagiosa. Sin embargo, más allá del comunicado, no se han presentado datos desglosados ni un plan sanitario integral para las escuelas que vuelven a la presencialidad.
En tanto, la comunidad educativa en el interior del país deberá confiar, una vez más, en el poder de la mascarilla quirúrgica, el gel de bolsita y la distancia “más o menos prudente” entre pupitres, todo bajo techos que a veces gotean y sin ventilación adecuada.
Biológicamente, el virus no discrimina entre municipios. Pero administrativamente, Honduras sí. En este nuevo capítulo del “ping pong educativo”, las decisiones se toman por sectores, a destiempo y sin una estrategia clara a largo plazo.
Mientras tanto, padres, madres, docentes y estudiantes hacen malabares con agendas cambiantes, medidas contradictorias y decretos que parecen redactados más para justificar que para proteger.