Honduras vive una tormenta laboral que ha golpeado con particular dureza a los sectores que históricamente sostuvieron su economía: la maquila, la agricultura, la construcción y la camaricultura. En apenas unos años, el país ha visto cerrar fábricas, paralizar obras y desmantelar plantas agroindustriales, dejando tras de sí una estela de desempleo y familias sin sustento.

En el Valle de Sula, otrora corazón industrial del país, el cierre de maquilas en Villanueva y Choloma ha convertido parques industriales antes bulliciosos en espacios desolados. En el parque ZIP Buenavista, donde operaban gigantes como Delta Honduras y Delta Cortés, hoy apenas sobreviven un par de empresas.
La coordinadora del Proyecto Maquila de la CGT, Evangelina Argueta, describe el panorama con crudeza: “Ya no hay filas de personas buscando trabajo; hay filas de personas preguntando si habrá liquidación”.
Mientras Honduras pierde plazas, El Salvador anuncia nuevas contrataciones. Varias de las empresas que cerraron operaciones en territorio hondureño han optado por trasladarse al país vecino, atraídas por mayor estabilidad política y condiciones fiscales más predecibles.
“Hay anuncios de empleo de empresas que han estado acá y ahora abrirán en El Salvador”, confirma Argueta.
La tendencia revela un fenómeno más profundo: la deslocalización silenciosa de inversiones centroamericanas ante la incertidumbre jurídica y política que atraviesa Honduras.
El sector construcción, uno de los principales motores de la economía urbana, ha perdido 60,000 empleos en el último año, según cálculos empresariales. Las tensiones políticas, la falta de inversión pública sostenida y el retraso en la ejecución de proyectos han congelado obras y dejado a miles de albañiles sin trabajo.

En el campo, la situación es aún más dramática. El Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP) estima que 220,000 empleos agrícolas se perdieron debido a invasiones de tierras en el litoral atlántico y el occidente. Para José Chacón, director de la Fenagh, el panorama es devastador: “En cinco años hemos perdido medio millón de empleos; la producción se desploma mientras los jóvenes migran o abandonan el campo”.
La industria del camarón, orgullo del sur hondureño, enfrenta un declive sin precedentes. Tras el cierre de mercados en Taiwán y México, 6,000 trabajadores perdieron sus puestos, y apenas 3,000 han logrado reincorporarse. El presidente de la Andah, Javier Amador, advierte que si no se diversifican los destinos de exportación, el colapso del sector podría volverse irreversible.
Las cifras delinean un país donde más de 300,000 empleos se han perdido en los últimos años. De los 4 millones de hondureños en edad productiva, 2.3 millones enfrentan problemas de empleo. A esto se suman 937,000 jóvenes “ninis” —que ni estudian ni trabajan— y más de 30,000 migrantes retornados en 2025, muchos sin oportunidades de reinserción laboral.

El abogado laboralista Germán Leitzelar estima que solo en 2025 se habrán perdido 100,000 empleos adicionales. “La economía hondureña sufre una sangría lenta y estructural: el trabajo formal desaparece, y el informal ya no alcanza para sobrevivir”, advierte.
El expresidente del COHEP, Juan Carlos Sikaffy, resume el sentir del sector privado: “La incertidumbre política es la principal enemiga del empleo”.
Mientras tanto, el gobierno enfrenta críticas por la derogación de la Ley de Empleo por Hora, que según el COHEP eliminó 40,000 plazas y frenó oportunidades para miles de jóvenes.
La falta de un plan nacional de generación de empleo ha dejado un vacío que se llena con promesas, migración y desesperanza. Y aunque la retórica oficial habla de “recuperación inclusiva”, los números cuentan otra historia: una economía que pierde sus cimientos humanos, uno por uno.
En la frontera sur de Honduras, es común ver camiones repletos de muebles, máquinas y equipos industriales cruzando hacia El Salvador. Lo que se mueve no son solo activos, sino también esperanzas.

