Majestuosa y enigmática, la Cordillera Nombre de Dios se alza como un santuario natural que guarda en sus rincones más recónditos maravillas capaces de asombrar incluso a los expertos.

Sin embargo, este tesoro ecológico enfrenta un futuro incierto, amenazado por la invasión de agricultores, ganaderos y ahora por la siembra ilegal de hoja de coca y marihuana, actividades que erosionan su equilibrio y ponen en riesgo su invaluable biodiversidad.
En medio de esta disputa silenciosa entre el hombre y la naturaleza, la cordillera nos regala escenas de belleza insospechada. Una de ellas, recientemente capturada por una cámara en la costa norte, muestra a una madre ocelote deambulando junto a su cría, como dueños legítimos de un territorio que se resisten a abandonar.
Esta imagen, considerada una de las más nítidas obtenidas en la región, es testimonio de la riqueza biológica que aún se resguarda en estas montañas.
El ocelote, tercer felino más grande de Latinoamérica y uno de los cinco felinos silvestres de Honduras, es un símbolo de la fragilidad y resistencia de la vida silvestre.

Sus hembras, tras un período de gestación de 80 días, paren entre una y tres crías, que permanecen a su lado durante casi dos años. Celosas de su prole, buscan los rincones más remotos de la selva para protegerlos, evitando a toda costa la presencia humana.
La fotografía del felino y su cachorro revela la majestuosidad de esta especie, además nos hace un llamado de alerta: la Cordillera Nombre de Dios es un santuario amenazado, y su preservación depende de las decisiones que hoy tome la sociedad hondureña frente al avance de la deforestación y los cultivos ilícitos.
Proteger este ecosistema significa salvaguardar no solo la vida de los ocelotes, sino el futuro ambiental de toda la región.