Olanchito, Yoro – En la aldea de Tepusteca, en el municipio de Olanchito, un campesino hondureño revive cada día una de las tradiciones más humildes y útiles del Medio Aguán: la fabricación de escobas de malva.
Con machete en mano, al amanecer se adentra en el monte, cortando pacientemente las plantas que servirán para elaborar las escobas que, horas más tarde, recorrerán las calles de su aldea en busca de compradores.
Es una escena que evoca nostalgia y admiración, un recuerdo de las formas sencillas y dignas con las que muchos hondureños han sostenido a sus familias por generaciones.
Este “comejamo”, como se les conoce en la Olanchitos, carga sobre sus hombros el palo lleno de escobas, y su andar por las calles anuncia su llegada.
Las amas de casa, conocedoras de la calidad y utilidad de su producto, esperan con ansias estas escobas para barrer los patios y mantener el hogar limpio, una tarea que en estas comunidades todavía se realiza con herramientas hechas a mano.
El campesino convierte la abundancia del monte en sustento, encontrando en la malva silvestre un recurso que pocos valoran. Día tras día, su labor no solo limpia los hogares, sino que también mantiene viva una práctica artesanal que conecta con las raíces del país, con el trabajo en el campo y la creatividad para transformar lo simple en indispensable.
En cada escoba que vende hay una historia de esfuerzo y conexión con la tierra. En cada recorrido, un recordatorio de cómo el monte puede ser más que paisaje: es vida, tradición y un medio para salir adelante en las comunidades rurales de Honduras.