Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero este mural pintado en uno de los salones de la Casa de la Cultura de Olanchito vale más que todo un tomo de historia municipal… ¡y con colores vivos, brochazos de identidad y hasta bananos sobre los hombros!

En una sola pared —sí, ¡una sola!— nuestros artistas lograron hacer lo que muchos historiadores solo sueñan: comprimir siglos de cultura, fauna, ferrocarril, literatura y deporte en un mural que grita con cada trazo: “¡Aquí está Olanchito, carajo!”
Ahí lo vemos, el túnel de Quemado, majestuoso, histórico y… todavía sin WiFi. El único en Centroamérica por donde pasaba el tren que ahora solo pasa en recuerdos y conversaciones de café. ¡Y qué bien pintado! Casi se siente uno esperando el silbato del ferrocarril con un banano en mano.

Y hablando de bananos, ¡qué homenaje al oro verde de esta tierra! Un hombre lleva un racimo sobre sus hombros con tanta dignidad que dan ganas de quitarse el sombrero y pedirle perdón por cada tajada que uno ha desperdiciado. En ese racimo va cargado todo el sudor de una economía que aún sostiene una enorme cantidad de empleos.

Al lado, un ganado bien alimentado, representando que somos los mayores productores de leche del país. Una vaca tan realista que si uno se acerca, hasta mugido parece que suelta. Solo falta que se incluya el precio de la leche, para completar el drama nacional.
El templo no podía faltar, con más de 400 años de historia, esa iglesia que ha sido testigo de bodas, rezos, y chismes parroquiales de todas las generaciones.

Y ahí están también nuestros orgullos naturales: el Jamo Negro —que es como el unicornio de Olanchito— y el colibrí esmeralda, que debería tener ya su propia estatua en el parque.
El mural también le rinde tributo al Social Sol, nuestro equipo de fútbol que no siempre gana, pero siempre suda. Un jugador aparece allí, inmortalizado, quizá en pleno tiro libre o simplemente tratando de no tropezar. ¡Eso es pasión deportiva, no Photoshop!

Y claro, no podía faltar el gran Ramón Amaya Amador, el Gabo comejamo, el eterno inconforme, cuya pluma aún vibra desde las páginas de Prisión Verde y demás obras. Está ahí, con mirada seria, como diciendo: “¿Qué mural ni qué ocho cuartos? ¡Lean más!”
Y los bosques… ¡ah, los bosques! Verdes, frondosos, vibrantes, como un llamado a no quemarlos cada verano. O al menos a pensarlo dos veces antes de hacerlo por “prácticas agrícolas”.
Este mural, señoras y señores, es más que pintura. Es espejo, es protesta, es abrazo y orgullo. Es como si toda Olanchito se hubiera metido en una lata de pintura y se hubiera estampado en la pared.
Y aunque seguro habrá quien diga que faltó el carnaval, o el kiosco del parque, lo cierto es que este mural nos representa, con nuestras glorias, nuestras penas, y hasta con nuestros baches históricos.
¡Viva el arte! ¡Viva Olanchito! Y que nunca falte una brocha para pintar lo que somos… aunque sea en una sola pared.
