Había jurado no volver a mencionar al susodicho, pero cuando un personaje se convierte en su propio meme político, el silencio es un lujo que el periodismo no se puede permitir.

Resulta que cierto militante de LIBRE, joven de verbo absurdo, cantinflesco y memoria corta, anda dando vueltas en carro del Estado, con los bolsillos “bien emponchados” —como decimos en buen catracho— y con aires de benefactor del pueblo gracias a los bonos de la Red Solidaria.
Dicen que también fue el encargado de “chapear los derechos de vía” en medio departamento, y por cómo se cuenta, chapió más presupuesto que monte, pero en fin… cada quien con su rastrillo.
Hasta ahí todo sería parte del folklore político Comejamo, si no fuera porque el muchacho, envalentonado por el calor del poder y los likes prestados, se atrevió a denigrar públicamente a un empresario de Olanchito, un hombre de trabajo, respetado, altruista, devoto y que, a diferencia de él, no necesita una camioneta pagada por el pueblo para ganarse el respeto del pueblo.
El aprendiz de político —remedo de periodista y ahora, según él, “abogado co titulo de raspe y gane”— usó una página de Facebook que dice ser de una radio que ni siquiera le pertenece. Una radio que, dicho sea de paso, terminó en manos de un empresario radial de verdad, no de esos que se creen comunicadores porque abren un “en vivo” con un teléfono prestado.
Y uno se pregunta, con genuina curiosidad periodística:
¿De qué altura moral puede presumir alguien que insulta a quienes le tendieron la mano, que por años recibió publicidad pagada sin pasar una sola cuña, y que hoy muerde la mano de quienes le ayudaron cuando no tenía ni para gasolina? Yo asi lo recuerdo. Parece que la gratitud se le esfumó entre el humo del escape del carro oficial y las ansias de poder.
Pero más allá de la anécdota, este caso refleja una vieja tragedia hondureña: los mismos que llegan prometiendo “cambiar el sistema” terminan aprendiendo rápido a usarlo para su propio beneficio. Se visten de pueblo, pero actúan como virreyes. Hablan de moral, pero confunden la decencia con la conveniencia.
Por eso, desde este espacio, vale la pena reconocer a los verdaderos ciudadanos que sostienen la dignidad de Olanchito con su trabajo y su nombre: Antonio Martínez, Juan Ramón Ramos, Zunilda Duarte, Medardo Guevara y muchos otros miembros del Consejo de Desarrollo Municipal que siguen creyendo que servir no es robar, y que la política, si no se hace con decencia, no es más que teatro de mal gusto.
Este editorial no busca pleito, sino conciencia.
Porque, al final, los pueblos no se hunden por los malos… sino por los que, sabiendo quiénes son, callan por miedo a incomodar al poder.
Y mientras tanto, el nuevo politicastro del raspe y gane sigue girando por Yoro en carro del Estado, creyendo que el eco de su bocina es aplauso popular, aunque no lo creía tan ingenuo.
Pero Olanchito tiene memoria… y el pueblo, cuando despierta, no necesita cadenas para empujar la historia, sino dignidad para enderezarla.

