Olanchito, Yoro. — Gerson David López venía de moler el maíz para los nacatamales cuando le quitaron la vida. Era un encargo sencillo, doméstico, de esos que no se piensan dos veces. Un favor para su madre, que lo esperaba en casa para comenzar la faena familiar. Nunca llegó.

El joven, conocido en Olanchito por su trabajo como llantero, dedicado a la reparación de llantas y residente en la colonia 24 de Mayo, fue asesinado a balazos mientras regresaba a su vivienda.
Su cuerpo quedó tendido sobre el pavimento, junto a la motocicleta, mezclados la sangre y la masa, en una escena que vecinos describieron como profundamente desgarradora.
Cuando la noticia llegó a su casa, su madre salió desesperada a buscarlo. No imaginaba que aquel mandado cotidiano —el último— sería también la última vez que vería a su hijo con vida.

Lo encontró allí, bajo la moto, en la calle que minutos antes había recorrido con la normalidad de quien solo piensa en volver a casa.

Según versiones preliminares, delincuentes le dispararon en varias ocasiones, quitándole la vida de forma inmediata. Nadie vio nada. Nadie escuchó lo suficiente. El silencio volvió a imponerse, como ocurre con frecuencia tras los hechos violentos que sacuden a barrios enteros y dejan familias rotas.
Gerson jamás imaginó que ese encargo sencillo marcaría su despedida. Ni que el maíz molido para los nacatamales quedaría sin convertirse en comida.
Hoy En Olanchito, una madre volvió a casa sin su hijo. Y una tradición familiar quedó suspendida, recordando que en Honduras, incluso los actos más simples, pueden convertirse —sin aviso— en el último recuerdo.

