Gaza e Israel: la guerra que se libra en nombre de Dios

Opiniones

El conflicto entre Israel y Gaza no es una guerra más en el tablero de la geopolítica: es la repetición de un drama que lleva más de siete décadas y que, en su fondo, mezcla religión, historia, poder y la lucha por la tierra.

Lo más desgarrador de este escenario es que, mientras líderes y facciones se escudan en el nombre de Dios para justificar ataques, los que pagan con su vida son los civiles: familias enteras, niños, ancianos, que jamás decidieron estar en medio de esta disputa.

La narrativa religiosa —judíos y musulmanes reclamando derechos sagrados sobre una misma tierra— es utilizada como bandera política y militar. Sin embargo, la realidad es que este conflicto está mucho menos relacionado con la espiritualidad y mucho más con el control territorial, los recursos y la influencia estratégica en una de las regiones más codiciadas del mundo.

En el Medio Oriente, Israel no solo representa un Estado moderno y con respaldo occidental, principalmente de Estados Unidos, sino también un enclave geopolítico de enorme valor para contener a Irán y proyectar poder hacia el Golfo Pérsico.

Por otro lado, los palestinos, atrapados en Gaza, se convierten en símbolo de resistencia frente a lo que perciben como ocupación, apoyados por actores como Irán, Turquía o Qatar, que utilizan la causa palestina como carta política en su enfrentamiento con Occidente.

La guerra en Gaza no termina porque las motivaciones de quienes la sostienen van más allá de las víctimas que deja: Israel defiende su derecho a existir en un entorno hostil, mientras que Hamas se presenta como la voz radical de un pueblo que reclama soberanía y justicia, aunque su estrategia se base en el sacrificio de su propia población.

A esto se suman las potencias globales, que en lugar de mediar con firmeza, convierten la región en un tablero de ajedrez donde se mide la influencia de Washington, Bruselas, Moscú y Pekín.

El problema de fondo es que los discursos en nombre de Dios y de la patria ciegan a los actores de ambos lados, mientras que la comunidad internacional se limita a condenas estériles.

En tanto no haya voluntad política real de reconocer los derechos palestinos a un Estado viable, y el derecho de Israel a vivir en seguridad, la violencia seguirá repitiéndose como un ciclo maldito. Y es que en este conflicto, el verdadero enemigo no es solo el “otro”, sino la incapacidad de ambas partes de poner la vida humana por encima de la religión y la geopolítica.

En conclusión, la tragedia de Gaza e Israel es un espejo de nuestra época: el uso de la fe como excusa para la guerra, el silencio de las potencias frente al sufrimiento de los débiles, y la certeza de que los muertos seguirán siendo inocentes mientras los líderes proclaman que lo hacen “en nombre de Dios”.

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