A falta de novela mexicana en horario estelar, el último tramo del gobierno de la presidenta Xiomara Castro nos regala un espectáculo político digno de un reality show nacional: tres altos funcionarios que se aferran a sus escritorios como si de tronos imperiales se tratara, mientras hacen campaña sin bajarse de sus sillas ministeriales. Literalmente.

A tan solo 19 días de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) convoque oficialmente a elecciones generales, el país sigue preguntándose —y no en voz baja precisamente—: ¿Dónde están las renuncias de Rixi Moncada y compañía?
Rixi, ministra de Defensa y presidenciable de Libre, ha convertido su despacho en cuartel de campaña.
Pero no cualquiera. Se desplaza en helicópteros de las Fuerzas Armadas, de esos que supuestamente eran para misiones tácticas, pero que ahora cumplen una más estratégica: acercar a la candidata a cada rincón del país… siempre desde las alturas. Un lujo volador pagado con recursos públicos que deja en tierra el principio de imparcialidad y de lo que ellos señalaban en el pasado.
Y no vuela sola. La acompaña su fórmula: Eduardo Enrique Reina, canciller de la República —a quien algunos juran haber visto negociando tratados diplomáticos con una mano y repartiendo volantes con la otra—, y Angélica Álvarez, ministra de Derechos Humanos, que defiende el derecho… a no renunciar. Todo mientras completan la boleta presidencial del oficialismo, sin soltar el presupuesto, la influencia ni los micrófonos institucionales.
¿Doble moral? No, doble sombrero. Son ministros-candidatos, funcionarios-proselitistas, gobernantes-aspirantes. Una especie en extinción en cualquier democracia seria, pero en Honduras parecen reproducirse con cada proceso electoral.
Mientras tanto, los llamados de la sociedad civil, gremios y hasta de la propia presidenta Castro —que en su momento exigió renuncias a quienes quisieran hacer política— fueron archivados en la bandeja de “no leídos”. ¿Por qué renunciar, si desde el escritorio también se hace campaña?
Pero que nadie se confunda: aquí no se viola la ley. Solo se le baila encima, se le guiña el ojo, y se le saca ventaja. Porque aunque la Constitución no exige renuncia inmediata, la decencia sí. Y esa, por lo visto, no está en el manual de Libre.
Así llegamos a esta etapa preelectoral donde los discursos por los derechos humanos, la soberanía y la diplomacia suenan igual que los de la tarima de campaña. Es el arte de hablar como ministro y prometer como candidato, todo en la misma oración… y en horario laboral.
Habrá que ver si el 29 de mayo, cuando el CNE diga “¡Arranca la carrera electoral!”, ellos finalmente sueltan el escritorio. Aunque, siendo honestos, con lo cómodos que se ven en la silla… quizás solo le pongan el logo del partido al respaldo y sigan sentados.