Olanchito, Yoro. — La violencia que golpea al municipio en los últimos años tiene un rostro cada vez más visible: el de los jóvenes asesinados tras haberse vinculado al delito, a las drogas o a la violencia desde temprana edad.

Historias repetidas se escuchan en barrios y colonias: adolescentes que comenzaron con conductas agresivas en la escuela, que pedían dinero en las calles, que probaron alcohol y drogas sin control, y que terminaron atrapados en un ciclo delictivo que los llevó a una muerte prematura.
La abogada Liana Dueñas, pasante de la Maestría en Criminología, explicó que estos hechos no son aislados, sino la manifestación de un fenómeno criminógeno creciente:
“Estamos frente a una generación expuesta a múltiples factores de riesgo que explican la conducta delictiva. Hablamos de desintegración familiar, fracaso escolar, ausencia de control social, consumo temprano de sustancias, influencia de pandillas y falta de oportunidades laborales. Todos estos elementos conforman un caldo de cultivo que desemboca en violencia y, en muchos casos, en muertes violentas”, puntualizó la Abogada.
Según el análisis de la especialista, en el municipio se repiten patrones criminógenos claros:
• Deserción escolar: jóvenes que abandonan la escuela a temprana edad quedan más expuestos a incorporarse a actividades ilícitas.
• Vulnerabilidad económica: la pobreza y la falta de empleo juvenil empujan a los adolescentes hacia el hurto, el narcomenudeo o los robos.
• Entornos violentos: crecer en barrios donde la violencia es cotidiana normaliza la agresión como medio de resolución de conflictos.
• Consumo de alcohol y drogas: muchos inician con pegamentos o marihuana y terminan en cocaína o crack, lo que agrava la conducta antisocial.
• Influencia de pares y pandillas: la necesidad de pertenencia y protección lleva a muchos jóvenes a integrarse en grupos criminales.
• Débil control institucional: la falta de programas municipales o comunitarios de prevención facilita que el ciclo se repita.

Para la abogada y criminóloga en formación, es posible interrumpir este ciclo criminógeno si se trabaja en la prevención integral:
• Detección temprana de conductas violentas en la niñez, con intervención psicológica en escuelas.
• Reducción de la deserción escolar mediante incentivos, becas y acompañamiento familiar.
• Prevención situacional del delito, con espacios seguros, alumbrado público y actividades culturales y deportivas.
• Programas de rehabilitación y reinserción para jóvenes atrapados en adicciones o que han tenido conflicto con la ley.
“Si no se atienden estos factores criminógenos ahora, Olanchito seguirá produciendo generaciones de jóvenes que mueren antes de tiempo. El problema no se resuelve solo con patrullas en las calles, requiere un abordaje social, educativo y cultural profundo”, enfatizó Dueñas.
Mientras las cifras de homicidios juveniles crecen, la sociedad enfrenta un dilema: seguir siendo testigo pasivo de cómo la juventud se pierde en la delincuencia o impulsar acciones que rompan este ciclo criminógeno.
En cada funeral de un joven, queda la sensación de que la violencia no es solo un problema de seguridad, sino un reflejo de las fallas estructurales que la comunidad arrastra desde hace décadas.