La alerta sobre el rumbo de LIBRE en Honduras ¿Qué sigue?

Opiniones

Desde LIBRE se repite con frecuencia la frase: “Esto no es comunismo, ni socialismo”. Suena a garantía. Pero cuando ese discurso va acompañado de acciones que se parecen peligrosamente a las de regímenes puestos bajo esa etiqueta —silenciar opositores, minar la independencia judicial, erosionar la iniciativa privada— entonces resulta justo preguntarse: ¿qué tan diferente es el camino?

Porque no se trata solo de una etiqueta, sino de patrones que se repiten y que han dejado huella en la memoria regional: Hugo Chavez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Fidel Castro en Cuba. Con discursos que negaban el comunismo antes de consolidar gobiernos de partido único, reliquias ideológicas y estructuras de poder que cooptaban al Estado.

Ahora, en Honduras, el partido LIBRE —según su propia Declaración de Principios— se declara comprometido con el “socialismo del siglo XXI”.  Esa autoidentificación no es baladí: indica un diseño político que busca redefinir el papel del Estado, la economía y la estructura del poder.

Lo que inquieta no es meramente una palabra –“socialismo”–, sino el conjunto de señales que, una tras otra, se alinean con los modelos autoritarios que prometieron apertura y terminaron concentrando decisiones.

He aquí algunos patrones dignos de análisis:

• La oposición política que denuncia vigilancia, amenazas y uso de los aparatos del Estado para intimidar, en vez de garantizar la protesta libre.
• Un marco de justicia que parece seleccionar quién es investigado y quién no; contrario al principio del estado de derecho.
• Hostilidad (o amenazas) hacia el sector privado y la iniciativa empresarial, como si éste fuera siempre adversario del “progreso social”.
• Un discurso que dirige la acusación hacia “oligarquías”, “imperialismo” o “capitalismo salvaje”, sin detallar la articulación de contrapesos institucionales para equilibrar derechos y libertades.

Hace pocos días, esas preocupaciones se hicieron más explícitas en el foro público hondureño: “¿Alguien me dice qué es atropellar a la oposición y silenciarlo con amenazas, qué es cerrar los ojos de la justicia y que solo se enjuicie a la oposición?” preguntaba un ciudadano escéptico.

El tono es fuerte, pero legítimo si los hechos sugieren que un partido promueve un monopolio del poder.

La comparación con Venezuela y Nicaragua no es mera provocación. En esos países, el paso fue progresivo: primero se dijo “no somos comunistas”, luego se concentró el poder, se clausuraron medios, se eliminó la alternancia real. Honduras está en un momento en que se están acumulando variantes de ese patrón: el discurso es libertario, la práctica restrictiva.

El futuro del país no depende de etiquetas, sino de instituciones: justicia independiente, prensa libre, empresas que puedan operar sin temor, ciudadanos que puedan criticar sin riesgo.

Si ese andamiaje falla, entonces el resultado será menos democracia y más poder concentrado.

Los hondureños y hondureñas deben preguntarse: ¿queremos “un solo partido que haga todo por nosotros” o una democracia plural que rinda cuentas? Porque “no somos comunistas”, “no somos socialistas” puede sonar tranquilizador, pero lo que importa es lo que se haga con el poder.

Y si el patrón es el de la tolerancia cero a la disidencia, el uso del Estado como instrumento partidario y la imposición sin debate, entonces el riesgo es claro.

En suma: más que revoluciones ideológicas, lo que necesita Honduras es revolución institucional. Y esa sólo se construye garantizando que nadie esté por encima del derecho, ni partido, ni dirigente, ni coalición. Esa es la verdadera batalla que hoy se libra.