Hubo un tiempo en que vestir la camisa de la Selección Nacional de Honduras era un honor. Un tiempo en que saltar al campo no era solo patear un balón, sino defender con garra los colores de un país que soñaba con cada pase, sufría con cada córner y gritaba con cada gol como si se le fuera la vida.

Pero hoy, esa selección se ha convertido en otra cosa… en algo triste, lento y dolorosamente predecible. Hoy, la Selección Nacional es oficialmente la Decepción Nacional.
El 6 a 0 de anoche no fue una sorpresa, fue simplemente la cereza podrida sobre un pastel mal horneado. Más lentos que una tortuga coja, más desorientados que un turista en Comayagüela sin GPS, nuestros muchachos parecían estar jugando fútbol en cámara lenta, mientras Canadá corría como si se hubiera tomado tres energizantes y una promesa de clasificación mundialista.
Pero, ¡momento! No todo es culpa del técnico. Lo decimos con responsabilidad: el problema está en la falta de talento, actitud y compromiso de muchos de los jugadores, que parecen más preocupados por su peinado, su Tik Tok o su próximo contrato que por saber cómo marcar a un delantero rival.
Sí, claro, Arriaga, Palma y uno que otro que mostró dignidad merecen el respeto, pero el resto… ¿Dónde están? ¿Dónde dejaron el alma? Si esto fuera una película de acción, los nuestros harían de extras en la escena donde los eliminan al principio.
Y cuando uno mira hacia atrás, no puede evitar la nostalgia. Aquellos sí eran guerreros:
• Ramón Maradiaga, Jaime Villegas, Héctor Zelaya, Porfirio Betancourt, Gilberto Yearwood, íconos de España 82, los que pusieron a temblar a Yugoslavia y a España con dignidad y fútbol.
• En los 90: Wilmer Cruz, Carlos Pavón, Tyson Nuñez, Nene Obando en sus primeras etapas, Juan Carlos Espinoza, hombres de camiseta sudada y corazón de acero.
• Y entre 2000 y 2010: Amado “el lobo” Guevara, Carlos Costly, David Suazo, Noel Valladares, Maynor Figueroa, jugadores que sí sabían lo que era representar al país… y lo hacían con pasión, talento y vergüenza deportiva.
Comparar esa generación con la actual es como poner a competir un corcel con un burro cansado. El ayer tenía garra, el hoy da pena. Y el futuro, si seguimos así, parece más incierto que promesa de político en campaña.
Lo más triste es que el pueblo sigue. El pueblo aún cree. Se sienta frente al televisor, se pinta la cara, grita “¡Vamos catrachos!” con el corazón en la garganta, solo para que al minuto 10 ya vaya 2 a 0 en contra y al 90 uno no sepa si llorar, apagar la tele o mandar el uniforme a la basura.
Porque esto no es solo un marcador, es un golpe a la esperanza de un país que ya tiene suficientes decepciones… y no necesita sumar 6 goles en contra para sentir otra.
¿Y ahora qué? ¿Seguimos premiando la mediocridad? ¿Seguimos convocando a los mismos que no sudan la camiseta? ¿O por fin entendemos que el fútbol no se gana con “likes” ni con cadenas motivacionales en redes?
Lo único claro es que la selección no nos representa si no respeta el escudo que lleva en el pecho. Y mientras eso no cambie, el nombre correcto no será “Selección Nacional”.
Será simplemente, la Decepción Nacional.