Olanchito ya no solo se escribe en actas de nacimiento, también se pinta en paredes… y con sobrenombres. Sí, esos mismos que se gritan desde la otra acera, que se heredan como un lunar familiar o que se pegan como apodo escolar y jamás se despegan, aunque uno llegue a ser abogado, ingeniero o incluso alcalde.

En un rincón lleno de sazón, recuerdos y carcajadas —más conocido como Restaurante El Paraiso— una pared ha comenzado a hacer historia. Pero no es una historia de héroes con corbata ni próceres con estatua. Es la historia de los sobrenombres, esos que hacen que uno voltee más rápido que si gritaran el nombre completo con segundo apellido.
Son nombres que te siguen desde la escuela, te alcanzan en la cola del banco, te gritan desde una ventana o te pintan en la pared… literalmente. Y es que en Restaurante El Paraíso, luego de disfrutar una buena chuleta con tajadas, te espera algo igual de sabroso: una pared entera tapizada de apodos legendarios, como solo en Olanchito se pueden inventar.

Ahí están todos. Desde los clásicos como “Chilo Calzón”, “Cabra Loca” o “Mico Triste”, hasta joyas dignas de telenovela rural como “Mula Negra”, “Maíz Tostado”, “Pata de Buche”, “Papi Tosta”, “Pepas de Oro” o el misterioso “Quita y Ponga”, que suena más a leyenda urbana que a apodo escolar.

Los hay tiernos, temibles, misteriosos y hasta inexplicables. Algunos pasaron de abuelos a nietos como un título nobiliario. Otros fueron adquiridos por travesuras infantiles o deslices adolescentes que alguien, muy amablemente, decidió inmortalizar con rima o burla creativa.
Y aunque hay quien se molesta —“¡A mí no me digás Chancho Volador!”—, la mayoría termina aceptándolo con resignación y hasta cariño. Porque en Olanchito, tener apodo es señal de pertenencia. Es estar en la lista de los inolvidables.
Pero no se detiene ahí: en esa pared también viven “Los Galludos”, “Las Taconudas”, “Los Pisotes”, “Los Come Maíz Tostado” y hasta “Los Conejos”, todos ellos escritos con letras grandes, con estilo callejero y un toque de humor con identidad Olanchitense.
¿Quién no ha conocido a un “Mata Perro”, una “Chilindrina”, un “Patón”, o ese famoso “Nito” que todos saludan aunque nadie sepa su nombre real? Y si de nombres intimidantes se trata, aparecen algunos con credenciales como “El Zurdazo”, “El Pistolero”, “Pantera” o el inquietante “Mongolo”, que bien podría ser personaje de cómic o leyenda urbana.

Según cuentan los meseros del lugar, más de un cliente ha soltado la risa al encontrar el apodo de su compadre o el suyo propio, pintado con trazo seguro y resignación popular. Porque en El Paraíso no solo se sirven platos, también se sirve memoria, picardía y cultura popular.
Restaurante El Paraiso y su pared de los sobrenombres no es solo una obra de arte urbano, es un archivo vivo de la identidad comejamo, donde cada apodo encierra una historia, una broma o una travesura convertida en título perpetuo.
Así que, si alguna vez te gritaron “Cocoliso”, “Manteco”, “Manzanillo” o “Prieta”, es posible que ya estés inmortalizado en ese muro. Y si no, cuidado: el próximo apodo puede ser el tuyo.
