Este 21 de octubre, Honduras conmemora el Día de las Fuerzas Armadas, una fecha que en otros tiempos evocaba respeto, orgullo y reconocimiento hacia una institución que, durante décadas, fue vista como garante de la soberanía, la estabilidad y el orden nacional.

Sin embargo, en el presente, esa imagen parece difuminarse entre acusaciones de politización, subordinación al poder y pérdida de credibilidad ante el pueblo hondureño.
Durante buena parte de la historia republicana, los militares fueron símbolo de autoridad y disciplina. Pese a sus sombras en algunos periodos de autoritarismo, lograron reconstruir su reputación a través de su papel humanitario en desastres naturales, su participación en la reconstrucción nacional y su apoyo a la paz y la seguridad.
El uniforme verde olivo era sinónimo de respeto; el saludo militar, un reflejo del compromiso con la patria.
Pero bajo el actual liderazgo del general Roosbel Hernández, la percepción ciudadana ha cambiado drásticamente. Sectores sociales, políticos y de la sociedad civil señalan que las Fuerzas Armadas han dejado de ser un cuerpo neutral y profesional para convertirse en un brazo operativo del gobierno de turno, específicamente del partido Libertad y Refundación (Libre).
El involucramiento de efectivos militares en actos políticos, su silencio ante abusos de poder y su presencia en eventos partidarios son hechos que alimentan la narrativa de una institución alineada con intereses ideológicos, en lugar de con el mandato constitucional que la define como garante de la independencia, el honor y la soberanía nacional.
Esta situación ha erosionado una de sus mayores fortalezas históricas: la confianza popular. En las calles, en los barrios y en los foros públicos, se percibe un creciente malestar. Muchos hondureños sienten que la institución que alguna vez defendió los valores de la República ahora responde más a la voluntad del Ejecutivo que a la Constitución.

El general Roosbel Hernández, lejos de revertir esa percepción, ha sido señalado de mantener una postura complaciente ante las decisiones políticas del oficialismo, debilitando la imagen de independencia que tanto costó recuperar después de décadas de tensiones cívico-militares.
Su conducción ha estado marcada por la falta de autocrítica y por un discurso más político que institucional.
Sin embargo, aún hay tiempo para rectificar. Las Fuerzas Armadas de Honduras tienen una historia más grande que cualquier coyuntura política. Su esencia está en el servicio, no en la subordinación; en el compromiso con la nación, no con un partido.
Recuperar el respeto ciudadano implica volver a sus principios fundacionales, a la obediencia constitucional y al respeto irrestricto de la institucionalidad democrática.
En este Día de las Fuerzas Armadas, más que aplausos, se impone la reflexión y la autocrítica. El país necesita una institución militar que vuelva a ser símbolo de unidad y confianza, no un instrumento político.
El general Roosbel Hernández enfrenta el desafío de demostrar que aún puede liderar un cuerpo armado al servicio de Honduras, y no al servicio de intereses partidarios.
Porque la fuerza de un Ejército no se mide por su número de soldados, sino por la integridad moral y el respeto que inspira en su propio pueblo. Y hoy, más que nunca, ese respeto está en juego.