La Ceiba, Atlántida. — Entre aplausos y sonrisas, un joven ceibeño convirtió un objeto común en el símbolo más grande de su historia. Marcos Munguía, con su fiel hielera en mano, celebró la culminación de un sueño que tardó nueve años en forjar: obtener su título universitario en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), Campus Atlántida.

Durante casi una década, sus pasos recorrieron los pasillos del campus, no solo como estudiante, sino como vendedor de paletas.
Con una sonrisa y la hielera colgada al hombro, Marcos costeó poco a poco su carrera en Administración de Empresas. Ese mismo recipiente que fue su herramienta de trabajo lo acompañó el día de su graduación, ya no cargado de helados, sino de orgullo, recuerdos y gratitud.
Su historia es un retrato de constancia. Mientras otros estudiantes avanzaban con el apoyo de sus familias, Marcos equilibraba libros y ventas, estudios y sacrificios. Cada paleta vendida significaba un aporte más a la matrícula, a los materiales de clase, a los sueños que parecían lejanos pero nunca imposibles.
Hoy, su logro inspira a muchos jóvenes que, como él, enfrentan la vida con más ganas que recursos. “Cuando se quiere, se puede”, parece decir la imagen de Marcos con toga, birrete y hielera en mano, recordando que detrás de cada sacrificio hay una recompensa.
Pero la historia no termina aquí. Con el mismo entusiasmo que lo sostuvo por años, Marcos ya sueña en grande: estudiar una maestría y transformar su experiencia en un proyecto emprendedor, creando una marca de helados con sello nacional.
En La Ceiba, la historia de Marcos Munguía se contará como una lección de vida: un joven que nunca se rindió y que convirtió el sabor dulce y frío de las paletas en la prueba más cálida de que la perseverancia abre caminos.
