Tegucigalpa, Honduras. En una homilía cargada de fe y reflexión, el arzobispo de Tegucigalpa y presidente de la Conferencia Episcopal de Honduras (CEH), José Vicente Nácher Tatay, presidió este Domingo de Resurrección la misa solemne que marcó el cierre del Triduo Pascual en la capital hondureña, recordando a los fieles que el amor es el motor que mantiene viva a una patria, una familia y una iglesia.

“El maligno ha sido vencido y la humanidad ha sido salvada. Jesús ha resucitado”, proclamó con voz firme ante una catedral colmada de fieles que escuchaban atentamente el mensaje de Pascua, basado no solo en la victoria de Cristo sobre la muerte, sino también en la esperanza colectiva de un pueblo que no debe perder el rumbo.
“Hay patria porque amamos a la patria, eso es lo que mantiene viva a nuestra nación. Mientras sigamos amando a nuestra patria, nuestra patria está viva”, expresó el prelado, entre aplausos de quienes vieron en sus palabras una llamada urgente a reconstruir desde el corazón lo que la política, la división y la violencia han fracturado.

Nácher también reflexionó que este principio del amor se aplica a todos los ámbitos de la vida: “Lo mismo sucede con la familia, las parroquias y todas las cosas: todo se mueve por el amor”, afirmó. Para él, el cristianismo no es una carrera de velocidad, sino de profundidad, y entender el misterio de la resurrección implica mirar hacia adentro, no solo hacia lo externo.
Durante la celebración, el arzobispo también leyó el pasaje del Evangelio según San Juan (20, 1-9), donde se narra cómo María Magdalena, Pedro y el discípulo amado descubren el sepulcro vacío, un símbolo que no solo confirma la Resurrección, sino que invita a los creyentes a abrir los ojos y el alma a una nueva vida en Cristo.
“El cristianismo es encuentro y profundidad, es una experiencia viva. Jesús ha resucitado, ya no queda en el pasado, es el presente, y se puede vivir en cada eucaristía”, sentenció el arzobispo, cerrando una homilía que entrelazó la esperanza espiritual con el anhelo de unidad y renovación nacional.
Desde el púlpito, Nácher proclamó el triunfo de la vida sobre la muerte, y también el poder del amor como semilla de redención para un país que, pese a sus heridas, aún puede resucitar si sus hijos deciden amar, servir y reconstruir con fe y valentía.