Hay momentos en la política en los que la ambición deja de ser una virtud y se convierte en un lastre. Ese punto parece haber llegado para Salvador Nasralla, quien, tras pedir abiertamente que se repitan las elecciones presidenciales, empieza a caminar sin compañía dentro de su propio partido.

En el liberalismo, quienes antes lo respaldaron hoy toman distancia y lo miran como a un hombre dispuesto a llegar al poder a cualquier costo, incluso —como dirían en cualquier pueblito — a “vender el alma al diablo”.
La soledad política de Nasralla no es producto de una conspiración externa, sino de una decisión personal: abrazar un discurso que desacredita el proceso electoral del que él mismo fue parte y que pone en riesgo la estabilidad democrática del país.
Su promesa de no permitir que “Papi” sea declarado presidente, aun cuando el proceso legal sigue su curso, ha encendido alarmas dentro del Partido Liberal de Honduras, un partido con historia centenaria que sabe —por experiencia— el alto precio de jugar con el orden constitucional.
Las voces críticas no provienen de adversarios, sino del corazón del liberalismo. La diputada Maribel Espinoza fue clara al rechazar la idea de repetir elecciones. Recordó que los partidos se sometieron a un proceso con reglas vigentes —imperfectas, sí, pero legales—, con presencia en las Juntas Receptoras de Votos y en todas las etapas del escrutinio.
Para Espinoza, el camino democrático es uno solo: agotar los escrutinios especiales, recurrir a la ley y esperar resoluciones, no dinamitar el sistema desde adentro.
El mensaje es contundente: el Partido Liberal no puede desacreditar un proceso en el que ya resultaron alcaldes, regidores y diputados válidamente electos. Hacerlo sería una contradicción peligrosa. Y, peor aún, sería hacerle el juego al Partido Libertad y Refundación (LIBRE), al que varios líderes liberales señalan como el único verdaderamente interesado en repetir elecciones para ganar tiempo y poder.
Esa advertencia la reforzó Yani Rosenthal, expresidente del Consejo Central Ejecutivo del Partido Liberal. Rosenthal no solo rechazó la repetición de elecciones, sino que alertó sobre el daño irreversible que causarían las ambiciones personales al prestigio del partido. “Primero Honduras”, insistió, subrayando que en un Estado de derecho lo responsable es acelerar el escrutinio especial, no incendiar la institucionalidad.

El rechazo se volvió aún más explícito con Jorge Cálix, quien calificó la propuesta de Nasralla como una réplica del discurso de Libre. Cálix fue más allá y planteó la pregunta incómoda que Nasralla evita responder: ¿quién gobernaría el país mientras se repiten elecciones? La respuesta constitucional abre un escenario incierto, con un interinato que podría recaer en figuras sin respaldo popular, prolongando la crisis durante meses.
En el fondo, el liberalismo parece haber entendido algo que Nasralla se niega a aceptar: desconocer una elección donde ya hay autoridades electas es abrir una caja de Pandora. Es un acto contradictorio, riesgoso y profundamente antidemocrático. Por eso, líderes como Espinoza, Rosenthal y Cálix —y otros que guardan silencio pero piensan igual— han marcado una línea clara: no seguirán la comparsa, no se prestarán a un plan que solo beneficia a otros.
Nasralla, el hombre de la televisión que prometió ser distinto, hoy enfrenta su mayor prueba política. No es el conteo de votos; es la coherencia. Y en esa prueba, mientras insiste en repetir elecciones y desafiar al sistema, se está quedando solo.

