La reciente decisión del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo de eliminar la exención fiscal a las iglesias y gravar con hasta un 30% los diezmos y ofrendas ha generado un intenso debate en Nicaragua y la región. Esta medida, inédita en la historia tributaria del país, se enmarca en un paquete de reformas fiscales que han modificado sustancialmente el tratamiento de las organizaciones sin fines de lucro.
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Hasta agosto de 2023, la Ley de Concertación Tributaria eximía del pago de impuestos a las instituciones religiosas. Sin embargo, con la reforma, las iglesias quedan sujetas al régimen tributario general, aplicando una escala impositiva que varía entre el 10% y el 30% sobre sus ingresos anuales declarados.
¿Recaudación o control político?
Si bien el gobierno justifica la medida como parte de un ajuste fiscal necesario, sectores críticos y líderes religiosos la interpretan como una estrategia de represión y control. Las iglesias, especialmente la católica, han sido una voz disidente en Nicaragua, denunciando violaciones a los derechos humanos y el debilitamiento de la democracia bajo el régimen de Ortega.
La medida no solo afecta las finanzas de las iglesias, sino que también podría limitar su labor social y comunitaria, reduciendo la capacidad de asistencia a sectores vulnerables.
Un precedente en la región
Este nuevo impuesto podría sentar un precedente en América Latina, donde la exención fiscal a las iglesias ha sido una norma histórica. Sin embargo, su implementación en Nicaragua deja dudas sobre si realmente responde a una necesidad económica o si es un nuevo mecanismo de presión contra los sectores que se oponen al gobierno.
Mientras tanto, la comunidad religiosa y la sociedad civil observan con preocupación cómo esta reforma podría redibujar las relaciones entre el Estado y las instituciones de fe, en un país donde la religión ha jugado un papel crucial en la vida social y política.