La historia se repite y ya parece chiste malo: la maquinaria que reparaba la carretera entre Olanchito, El Juncal y El Terrero volvió a desaparecer, y no por obra del espíritu santo, sino por falta de pago.

Los vecinos, resignados pero indignados, miraron cómo los equipos se fueron igual que el año pasado, cuando el Gobierno central también mandó reparar… y se fue sin decir adiós.
“Nos dejaron como novia de pueblo”, dice José Ponce, vecino de El Juncal, con esa mezcla de rabia y resignación que solo entiende quien ha pasado años viendo promesas que se derrumban con la primera lluvia.
Y tiene razón. En cuatro años, es la segunda vez que el proyecto queda a medio camino, y la carretera —arteria vital para ganaderos, productores y vecinos— sigue convertida en una herida abierta de polvo, hoyos y lodo.
Las versiones que circulan entre los trabajadores de la empresa contratista son claras: el Gobierno no cumplió con los pagos, y sin dinero no hay gasolina, no hay mantenimiento ni pago a trabajadores.
Así de simple. Mientras tanto, en la capital, los comunicados oficiales hablan de avances y transformaciones, pero en el Valle del Aguán lo que se ve es abandono, promesas incumplidas y caminos que parecen campos de batalla.
Y lo más penoso es que esto no solo ocurre en Olanchito. En todo el país —de Olancho a Colón, del Aguán al occidente— las empresas se están retirando por falta de cumplimiento.

El cuento es el mismo con distinto paisaje: contratos sin fondos, obras paralizadas, comunidades aisladas y un gobierno que parece más interesado en narrar logros que en construirlos.
En cada kilómetro sin asfaltar hay una historia que el discurso oficial no cuenta. Son los ganaderos que no pueden sacar la leche, los niños que llegan con los zapatos empapados al colegio, las ambulancias que se atascan en el lodo.
Son hondureños que pagan impuestos y reciben polvo, que votan y reciben excusas.
Este Gobierno, que prometió ser el de la “refundación”, va camino a ser recordado como el de la repetición: las mismas fallas, los mismos atrasos, las mismas promesas sin cumplir. No hay transformación posible sin responsabilidad, ni progreso con deudas impagables.
Al final, los vecinos de la margen izquierda vuelven a mirar el horizonte con desconfianza. Saben que, en cualquier momento, volverán las máquinas… justo cuando se acerquen las elecciones. Porque aquí, en Honduras, la carretera siempre llega con campaña, pero nunca con compromiso.