Perder el poder no da derecho a incendiar el país

Opiniones

El pueblo hondureño ya habló. Lo hizo con votos, con cifras claras y con una decisión que no admite interpretaciones forzadas: Libre fue relegado a una tercera fuerza política en las elecciones del pasado 30 de noviembre. No por conspiraciones, no por fraudes imaginarios, sino por sus propias acciones, errores y malas decisiones cuando tuvo el control absoluto del poder.

Y, sin embargo, hoy Libre actúa como si ese veredicto democrático no existiera.

Aprovechando las debilidades operativas del Consejo Nacional Electoral (CNE) y el desorden propio de un proceso aún en desarrollo, sectores de Libre han optado por el camino más conocido y peligroso: la presión en las calles, la confrontación y el caos.

Este día, tomas de vías en Tegucigalpa y El Progreso no solo paralizaron la vida cotidiana, sino que expusieron una verdad incómoda: cuando Libre pierde en las urnas, intenta ganar en la calle.

La pregunta es inevitable: ¿qué tiene que reclamar Libre en esta última jornada? Absolutamente nada. El pueblo ya decidió. Ya evaluó su gestión, su discurso, su manera de gobernar y su relación con la institucionalidad. Y el resultado fue claro: castigo electoral.

Pero lejos de hacer una lectura seria de su derrota, de asumir responsabilidades o de iniciar un proceso interno de autocrítica —como haría cualquier fuerza política madura—, Libre parece optar por una estrategia conocida y calculada: usar a los colectivos como moneda de presión política. No para defender al pueblo, sino para negociar cuotas de poder, impunidad o ventajas personales, aun cuando el costo sea la tranquilidad de millones de hondureños.

Esta conducta no es nueva. Es un libreto repetido. Se invoca al “pueblo” mientras se le expone al desorden. Se habla de “defender la democracia” mientras se la erosiona bloqueando calles, intimidando instituciones y tensando al país innecesariamente. La democracia no se defiende incendiándola.

La derrota electoral no convierte a nadie en víctima. Mucho menos cuando se gobernó con mayoría, con control institucional y con recursos. Si hoy Libre enfrenta el rechazo popular, es consecuencia directa de haber confundido poder con impunidad, discurso con resultados y movilización con gobernabilidad.

Honduras no necesita más crisis fabricadas. No necesita partidos que, al perder, decidan llevarse por delante la paz social. Necesita liderazgo responsable, respeto a la voluntad popular y madurez democrática.

El mensaje de las urnas fue contundente. Ignorarlo no cambiará el resultado. Solo profundizará el descrédito de quienes, aun después de perderlo todo, siguen creyendo que el país les pertenece.