Tarjeta en mano y descaro en la lengua

Opiniones

En Olanchito, la política no camina… se arrastra. Y lo hace con la dignidad de la gente amarrada a una tarjeta de ayuda social, como si la pobreza fuera un botín electoral y no una tragedia nacional.

¡Bravo! Aplausos para los candidatos del partido de Gobierno, que aún sin haber sido electos ya se creen ministros de Desarrollo Social, repartiendo promesas y condicionando miserias.

Con tarjeta en mano, y sin el menor pudor, organizan reuniones donde no se habla de propuestas, sino de votos. “¿Quiere bono? Vote por LIBRE”, dicen. Como si los programas sociales tuvieran dueño. Como si el dinero del pueblo fuera propiedad privada de una planilla política disfrazada de redentores.

¿No eran diferentes? ¿No venían a sepultar las viejas prácticas? Pues resulta que son los herederos legítimos de la corrupción electoral, maquillada con discursos de cambio y perfumes de revolución. Pero basta rascar un poco la superficie para descubrir el mismo tufo de siempre: clientelismo, manipulación y chantaje disfrazado de asistencia social.

En los grupos de WhatsApp, la indignación hierve. “Si no apoyás, te borran”, dicen ciudadanos que se niegan a arrodillarse por un bono. ¡Qué admirable coherencia en un país donde muchos aún comen con resignación las migajas del poder! Porque sí, hay que decirlo: el bono no es regalo de ningún partido, ni de Xiomara, ni de sus candidatos iluminados. Es dinero del pueblo, del que paga impuestos, del que trabaja, del que resiste.

Presidenta Castro, usted que se vendió como la mujer que venía a cambiar la historia, está dejando un legado oscuro. Será la primera mujer presidenta, sí, pero también podría pasar a la historia como la primera que tuvo en sus manos la oportunidad de romper el ciclo de miseria política y lo convirtió en una fiesta de oportunistas.

Estos candidatos, por supuesto, no invierten ni un centavo propio. Eso sería ilegal. Pero hacer campaña con las ayudas del Gobierno, eso sí, es “patria libre”. Porque en su lógica retorcida, el Estado es una extensión del partido, y el pueblo, un rebaño que se guía con raciones, no con ideas.

Una vez más, Honduras asiste al mismo circo, pero con nuevos payasos. Y aunque la función sea deprimente, hay algo que no cambia: al final, el pueblo, por necio o por sabio, castiga. Porque por más que disfracen su escoria con mantos de pureza ideológica, el olor a traición no se borra.

Y a los candidatos, solo un consejo: tengan cuidado. La dignidad del pueblo puede dormirse con hambre, pero cuando despierta, no perdona.