En la tranquila comunidad de Brisas de Jaguaca, un eco de tristeza y recuerdos llena el aire mientras los habitantes rememoran a una mujer que se convirtió en un pilar de fortaleza y devoción. Sandra Hernández, ferviente miembro de la Iglesia Católica y dedicada catequista, vivía una vida que resonaba con la calidez de la fe y el servicio a los demás. Cada sábado, con una sonrisa y un corazón lleno de amor, Sandra se reunía con los niños de la comunidad para impartir la doctrina de la Iglesia, sembrando en ellos valores y enseñanzas que perdurarían toda la vida.
Para Sandra, la fe no era solo una creencia, sino una forma de vida. Junto a sus hijas, manejaba con esmero una pequeña pulpería que se convirtió en un punto de encuentro y apoyo para sus vecinos. Más allá de su negocio, su compromiso con el bienestar de la comunidad la llevó a ser una miembro activa del patronato local, donde trabajaba incansablemente para mejorar las condiciones de su querida Brisas de Jaguaca.
Las tardes de catequesis en la iglesia eran solo una faceta de su entrega. Las reuniones del patronato, las celebraciones de la palabra y los encuentros comunitarios eran espacios donde Sandra irradiaba su espíritu bondadoso y su inquebrantable fe. Su presencia y la de sus dos hijas eran un faro de esperanza y consuelo para muchos, una mujer cuyo ejemplo de vida dejó una huella imborrable en todos aquellos que tuvieron la fortuna de conocerla.
Sin embargo, en un giro trágico e inesperado, la vida de Sandra se vio abruptamente truncada. El amor y el odio, sentimientos tan intensos como contradictorios, se entrelazaron en un destino cruel que la llevaron a la muerte junto a sus dos pequeñas hijas.
Los niños a los que enseñó, los vecinos a los que ayudó y los amigos con los que compartió su fe, todos guardan en sus corazones el legado de una mujer que vivió para servir y amar. Sandra Hernández no solo fue una catequista ejemplar, sino una madre, una amiga y una guía que, con su vida, enseñó a todos el verdadero significado de la entrega y el sacrificio.
Hoy, mientras las campanas de la iglesia resuenan en Brisas de Jaguaca, su memoria sigue viva. Su lucha en defensa de sus hijas está grabada en la memoria de sus vecinos, según medicina forense fue la primera en ser asesinada; murió intentando defender a su hija de 14 años quien fue violada, torturada y asesinada por sus asesinos. Su otra hija de 12 años corrió con igual suerte un golpe en la cabeza le quitó la vida.