El mensaje de Washington llegó sin metáforas, sin ambigüedades y sin diplomacia acolchonada: Estados Unidos exige que las Fuerzas Armadas de Honduras respeten la Constitución y se mantengan al margen de cualquier proyecto político, especialmente en la antesala de unas elecciones que ya cargan tensiones acumuladas.

Cuando el subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Christopher Landau, escribió que su gobierno “sigue de cerca la situación” y exhortó a las autoridades —incluidas las electorales y las militares— a respetar la ley, la frase no cayó en el vacío. Golpeó justo donde Honduras tiene su talón de Aquiles: la tentación histórica de usar a las Fuerzas Armadas como instrumento político.
La advertencia estadounidense es directa porque la preocupación también lo es.
En un país donde las crisis postelectorales no son un recuerdo distante, sino una herida abierta, la sola percepción de un alineamiento militar con un partido político es suficiente para encender alarmas dentro y fuera del país.
Expertos y exoficiales consultados han coincidido en que el cambio de tono de la institución armada en los últimos meses —sus declaraciones, sus gestos y su lenguaje— ha sido observado con inquietud por la comunidad internacional.
El general en retiro Luis Maldonado Galeas lo expresó sin rodeos:
“Lo que llamó la atención al gobierno estadounidense fue el lenguaje político de las Fuerzas Armadas.”
El señalamiento no es menor. La Constitución hondureña obliga a las FFAA a garantizar el imperio de la ley, no a respaldar proyectos ideológicos, ni mucho menos pronunciarse a favor de cambios constitucionales promovidos por un partido en el poder.
Cuando un general en retiro afirma que la institución ha dejado “la impresión de un alineamiento con la intención del gobierno respecto a un Estado socialista y la instalación de una Constituyente”, el tema deja de ser una discusión interna para convertirse en un asunto hemisférico.

“Estados Unidos no habla con parábolas. Estados Unidos es directo y tiene intereses directos en Honduras.”
Esa claridad responde a una lógica histórica: Honduras es un punto estratégico en la política estadounidense desde los años 50.
Cualquier señal de inestabilidad, manipulación electoral o alineamiento militar con proyectos que contradicen los equilibrios regionales —desde el socialismo hasta el narcotráfico o la corrupción estructural— es suficiente para que Washington intervenga preventivamente.
Y esta vez, lo hizo.
Pero no con amenazas, sino con un mensaje que mezcla advertencia y respaldo:
“Cumplan la Constitución, porque el mundo los está observando.”
“Estados Unidos está dándole a las Fuerzas Armadas el respaldo para cumplir su mandato constitucional sin temor.”
Ese matiz importa.
En un país donde el poder político presiona, premia y castiga, el apoyo internacional se convierte en un escudo para evitar que la institución castrense se convierta en engranaje de una estrategia partidaria.
El mensaje también es claro hacia la cúpula militar actual:
si continúan por la ruta de la politización, no podrán alegar que no fueron advertidos.
La advertencia llega a pocos días de las elecciones del 30 de noviembre, un evento que pondrá a prueba la estabilidad del país. Si las FFAA cumplen su mandato —custodiar, vigilar y transportar material electoral bajo supervisión del CNE— el proceso avanzará con mayor confianza.
Si no lo hacen, Honduras podría enfrentar la crisis más profunda desde 2017.
Los hondureños no necesitan más incertidumbre, ni más instituciones capturadas.
Necesitan algo radicalmente simple: que se respete su voto.
En El Comejamo, creemos que la frase esencial de esta historia es la que no fue escrita, pero quedó implícita:
“La democracia hondureña no resiste otra traición.”
Las Fuerzas Armadas no deben ser árbitro político, ni muro de contención ideológica, ni garante de un proyecto partidario.
Deben ser guardianes de la Constitución.
Nada más.
Nada menos.
La advertencia de Estados Unidos no es una intromisión:
es un recordatorio de que los países sin instituciones sólidas siempre serán vulnerables.
Y Honduras, hoy más que nunca, necesita instituciones que recuerden quiénes son… y para quiénes existen.
El destino democrático del país está en la balanza.
Las Fuerzas Armadas pueden inclinarlo hacia la historia o hacia el abismo.
La decisión, finalmente, es de ellas. Y el mundo está mirando.

