¿Vamos bien? Solo si el país se mide en espejismos

Opiniones

En su homilía dominical, el cardenal Óscar Andrés Rodríguez no predicó solo el evangelio, también leyó —en voz alta y clara— el salmo del descontento nacional. Y como buen pastor, no se quedó en metáforas celestiales: habló de hospitales sin medicina, escuelas en ruinas y un país donde la violencia ya no espanta, solo llena columnas policiales y fosas comunes. Mientras tanto, en el púlpito paralelo del poder, hay quienes siguen repitiendo como mantras: “¡Vamos bien!”.

Vamos bien, dicen…
—¿Sin medicinas? Vamos bien.
—¿Sin citas en el seguro? Vamos bien.
—¿Con escuelas que parecen cuevas del olvido? Vamos bien.
—¿Con masacres diarias y un silencio institucional que ensordece? ¡Vamos excelentemente bien!

La ironía es que algunos ya ni se sonrojan. La desfachatez se volvió uniforme de gala. El discurso oficial parece salido de una novela de realismo mágico: en el país de las promesas, todo marcha sobre ruedas… aunque esas ruedas estén pinchadas y el carro estatal tenga el motor fundido.

El cardenal, con voz pastoral pero con alma cívica, soltó verdades que arden más que el sol de julio: no se puede seguir negando lo evidente, no se puede maquillar la crisis con spots, y mucho menos se puede callar frente a un pueblo que sangra a diario por todos los flancos.

Y sí, también habló del “fraude”, esa mala palabra que algunos quieren borrar del diccionario nacional, como si por no nombrarla, desapareciera. No señores, Honduras no necesita más eufemismos, necesita verdad, justicia y vergüenza de la buena. Porque si seguimos tratando al país como a ese enfermo que nadie quiere diagnosticar, pronto no habrá ni quien lo vele.

El problema no es que vamos mal: el problema es que nos quieren hacer creer que vamos bien, como si la propaganda pudiera suturar heridas abiertas, como si los discursos pudieran construir escuelas o curar en hospitales donde lo único que abunda es el “regrese el próximo mes”.

Y mientras tanto, los muertos de cada día —como los mencionó el cardenal— ya no son tragedias: son estadísticas. Las masacres ya no estremecen, se han convertido en parte del paisaje noticioso. Nos hemos acostumbrado al horror, y eso, eso sí que debería asustarnos.

Pero cuidado, advierte Monseñor, no vaya a ser que Honduras esté medio muerta y nosotros todavía estemos viendo a ver quién trae la sábana. La indiferencia, la pasividad y la falta de reacción son, al final, tan peligrosas como los culpables directos.

Este editorial no pide milagros. Solo que se escuche el clamor de un pueblo cansado de promesas, harto de excusas, y que por fin alguien en el poder tenga el valor de ver lo que todos ya ven. Porque si Honduras va bien… entonces que alguien nos diga ¿bien para quién?

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