Trujillo, Colón – La Laguna de Guaimoreto, ubicada en la ciudad de Trujillo, es un lugar hermoso que cautiva a turistas con su riqueza natural. A lo largo del camino hacia el Puerto de Castilla, los visitantes son recibidos por extensos bosques y la belleza de los manglares que rodean la laguna.
Este ecosistema es un refugio para diversas especies, que además representa una barrera protectora natural y que ancestralmente ha sido parte integral de la cultura local.
Sin embargo, este paraíso enfrenta un peligro inminente. La bióloga Andrea Rosales ha advertido que la expansión urbana y la creciente siembra de palma africana están destruyendo los manglares, poniendo en riesgo tanto el medio ambiente como las prácticas culturales de la comunidad garífuna.
“La urbanización es el mayor enemigo de este rico ecosistema, el rápido crecimiento de la población conlleva que se tengan que satisfacer muchas necesidades por ello es muy importante de la consientizacion que tiene que haber en la población de la importancia de estos ecosistemas en la región” manifestó Rosales.
Marlon Lino, dirigente comunal garífuna, expresó su preocupación sobre cómo la desaparición de los manglares afecta directamente su cultura.
“Hay una conectividad entre la parte espiritual y la tierra, basada en la canalización del mangle”, explicó Lino. La pérdida de estos ecosistemas, según él, erosiona sus prácticas culturales, ya que dependen de los recursos que estos manglares ofrecen.
“En nuestras ceremonias hacemos uso del mangle pero de manera sostenible en nuestras prácticas ancestrales con el mangle demostramos gratitud con la naturaleza, cortamos pero de manera que no se sienta afectado el bosque” detalló Lino.
“Las construcciones que hacemos para ceremonias tienen que ser de mangle por la conectividad con la naturaleza, son una vez al año y son tradiciones ancestrales que aun siguen vivas en estos tiempos” puntualizó.
La amenaza a los manglares de la Laguna de Guaimoreto pone en riesgo la biodiversidad de la región, así como el legado y la identidad de las comunidades garifunas y Pech, que ven cómo el avance de la urbanización y la agricultura intensiva atentan contra su herencia cultural.