Veintitrés días después de las elecciones, Honduras sigue sin un nombre oficial para la presidencia. El pulso entre Nasry Asfura y Salvador Nasralla mantiene al país en vilo, atrapado entre actas, impugnaciones y discursos cruzados. Pero mientras la clase política se enreda en la aritmética del poder, hay una verdad que se impone con claridad: el ganador real ya existe y es la ciudadanía hondureña.

Se repite, casi como una canción, que la democracia ha sido “prostituida” por liberales y nacionalistas. Esa lectura falla en lo esencial. El pueblo salió a votar y volvió a demostrar que ya no se deja guiar por bonos de última hora, ayudas coyunturales ni cantos de sirena.
La participación masiva no fue un accidente; fue un mensaje. Y fue contundente.
Ese mensaje también tuvo destinatarios claros. Casi tres millones de hondureños dijeron, con su voto, que el experimento de gobierno del Partido Libertad y Refundación (LIBRE)no cumplió.
“Te dimos una oportunidad y la desperdiciaste”, fue el veredicto silencioso de las urnas. La respuesta posterior —hablar de fraude sin pruebas concluyentes— parece perseguir un único objetivo: sembrar caos para estirar el poder. No es casual que muchos liberales ya lo hayan entendido y se hayan apartado de esa narrativa.
El cansancio ciudadano no es ideológico; es ético. Honduras está cansada de una clase política que promete redención y practica el maquillaje, que confunde propaganda con gestión y cree que los números pueden ocultar la realidad. La corrupción —la visible y la que aún duerme en escritorios ministeriales— terminó por romper la paciencia social.

Al final, más allá de quién reciba la declaratoria, el propósito compartido fue claro: sacar a un mal gobierno percibido como distante de sus promesas. Y en ese intento, la sociedad demostró algo crucial para la democracia: aprendió. Aprendió a castigar, a premiar, a exigir. Aprendió que el voto —cuando se ejerce en masa— es el antídoto más efectivo contra la corrupción.
Por eso, mientras la institucionalidad hace su trabajo y despeja el resultado formal, conviene no perder de vista lo esencial. El pueblo hondureño ya no es ingenuo. Y esa, en un país acostumbrado a la resignación, es la victoria más importante.
Al final los Hondureños cumplieron LA MISIÓN, SACAR AL FAMILION.

