Si el Partido Libre en Olanchito fuera un programa de televisión, sin duda sería una tragicomedia: giros inesperados, héroes desterrados y villanos acaparando el protagonismo.
En sus mejores días, esta agrupación política prometió ser la espada de la justicia, la voz del pueblo y el azote de la corrupción. Sin embargo, lo que alguna vez fue un paladín del cambio ahora parece más un club exclusivo de intereses personales.
El desfile de acusaciones y ataques no es más que el reflejo de un grupo que, como un mal reality show, busca desesperadamente mantenerse relevante. Es lamentable ver cómo figuras con educación, valores y un verdadero compromiso con la sociedad, como la Profesora Audelina Solís o el ingeniero Bustillo, fueron relegadas para dar paso a personajes cuyo único mérito parece ser la intensidad de su ambición y su destreza en el arte del insulto.
Lo irónico, por no decir tragicómico, es que el partido que antes combatía la corrupción ahora parece liderar la carrera por acumularla. La prensa y cualquier voz crítica son atacadas con una ferocidad digna de un gladiador, mientras los problemas reales de la comunidad quedan en el olvido.
¿El bienestar del pueblo? Ese es un detalle menor, un accesorio en el show de egos desbordados.
Y dentro de LIBRE está el M28, que alguna vez fue un símbolo de lucha, ahora convertido en un feudo de intrigas y luchas de poder internas tras la partida de su líder histórico, José Tomás Ponce Posas. ¿Dónde quedaron los ideales? Quizás enterrados bajo la avalancha de discursos vacíos y promesas incumplidas.
En Olanchito, Libre ya no es el movimiento del pueblo, sino el espectáculo del poder. Y mientras los ciudadanos esperan soluciones, el gran circo continúa. Lo único que falta es que vendan palomitas en la entrada.