Olanchito vuelve a dar de qué hablar, y no por una nueva obra municipal ni por un desfile cívico. No, señoras y señores. Esta vez el espectáculo es cortesía de la planilla del Partido Libre, donde el vicealcalde en potencia ha decidido bajarse del bus antes de que arranque el viaje… ¿Motivos? ¡Ah, ahí está el chiste!

Claudio Pérez, conocido en el círculo rojo y negro como el adalid de la bandera anticorrupción, ha dicho “basta”. ¿Será que se cansó de los discursos reciclados? ¿O que el nuevo escándalo de contratos opacos le aceleró el retiro? Según los pasillos de la política local (y algunos chats filtrados con mala ortografía), Claudio no quiso ensuciar su nombre en medio de tantas compras misteriosas y firmas con tinta invisible.
Pero hay otra teoría, menos heroica y más humana: dicen que Claudio, ya con el nombramiento en mano, descubrió que eso de “vicealcalde” es un puesto sin glamour. Que no hay despacho con aire acondicionado, ni poder real, ni silla ergonómica. Que en realidad es como ser el suplente del suplente… pero con más horas de oficina y menos protagonismo.
Que mientras el alcalde “manda y se equivoca, pero vuelve a mandar”, el vice apenas firma actas y acompaña en actos cívicos con calorón.
También corre por ahí el rumor de que Claudio ya no soporta a los “dos o tres” activistas que rodean a Mario Miguel, el candidato a alcalde. Esos personajes que, según la base, no los quieren ni en las reuniones de colectivos. “Son los mismos de siempre”, dicen los indignados, mientras cargan banderas que ya ni ondean.
Otra yno menos sabrosa— hipótesis: el agotamiento financiero. A Claudio ya no le quedan bolsillos sin agujeros. Ha tenido que sacar la chequera más veces que un político con promesas en campaña, y según cuentan fuentes no oficiales (pero sí bien informadas), el joven Mario Miguel tiene fama de “manita apretada”. O como diría la abuela: “no se toma un fresco por no botar la chapa”. Claudio habría dicho en corto: “¡Ni una agua me dan! Aquí el único que financia la revolución soy yo”.
Ahora bien, si usted, querido lector, es de los que aún cree en las novelas, hay una tercera teoría: que todo esto es puro show. Una cortina de humo electoral, una estrategia de “pelea interna” para llamar la atención, levantar comentarios en Facebook y que la prensa caiga redondita.
Pero ojo, analistas advierten que esta jugada puede salir como bala loca, porque lejos de sumar simpatías, alimenta la percepción de que en esa planilla todo es improvisación y ego desbocado. Hoy dicen que van unidos, mañana piden la renuncia, y pasado le dan “me encanta” a una publicación del partido opositor.
Lo cierto es que Claudio se va —o dice que se va— y Mario Miguel queda más solo que poste sin lámpara. La planilla de Libre se tambalea, y los votantes miran el espectáculo con una mezcla de decepción, burla y resignación.
Y mientras tanto, allá en la Alcaldía, Juan Carlos Molina —el actual alcalde— se sienta con su taza de café, observa el caos y sonríe con calma. Porque cuando tus oponentes se destruyen solos, tú no necesitas hacer campaña: solo sentarte y dejar que la película se escriba sola.
¿Renunció por principios? ¿Por cansancio? ¿Por miedo al trabajo? Sólo Claudio sabe la verdad. Y si algún día decide contarla, ojalá sea en cadena local, porque esto ya merece su propia serie de Netflix.