Ciudad del Vaticano – El mundo ha vuelto a mirar hacia el cielo de Roma. A las 8:12 de la noche, una tenue pero inconfundible columna de humo blanco emergió de la chimenea de la Capilla Sixtina, anunciando al planeta que la Iglesia Católica tiene un nuevo líder espiritual.

En segundos, la Plaza de San Pedro estalló en júbilo, entre aplausos, lágrimas y oraciones de miles de fieles que habían esperado durante horas el esperado momento.
Con esta fumata blanca, culmina el cónclave iniciado el miércoles 7 de mayo, y que se resolvió en apenas su segunda jornada de deliberaciones.
El proceso, guiado por el Espíritu Santo según la fe católica, concluyó en la cuarta ronda de votaciones, un ritmo ágil que recordó el de la elección de Benedicto XVI.
La rapidez con la que se llegó a consenso refleja el nivel de preparación previa del Colegio Cardenalicio, que sostuvo hasta 12 reuniones antes de encerrarse en la Capilla Sixtina.
El cardenal Giovanni Battista Re, decano del colegio cardenalicio, ya había adelantado su esperanza de una pronta elección. Desde Pompeya, expresó horas antes su deseo de regresar a Roma con el humo blanco ya en el cielo.
Sus palabras resultaron proféticas. Las campanas de la Basílica de San Pedro comenzaron a tañer poco después, y una ola sonora se propagó por todas las iglesias de la ciudad eterna.
Por ahora, el nombre del nuevo Papa —el número 267 en la historia de la Iglesia— sigue siendo un misterio. El anuncio formal se hará desde el balcón central de la basílica, cuando el cardenal protodiácono pronuncie la famosa fórmula: “Habemus Papam”.
Entonces el mundo sabrá el nombre, la procedencia y el nuevo título papal del elegido, cuya misión será guiar a más de 1.300 millones de católicos en tiempos de profundos desafíos y transformaciones.
La expectación crece. Entre la multitud se entrecruzan rezos, cánticos, lágrimas de emoción y la esperanza de un pontificado que responda a los clamores de justicia, paz y renovación en la Iglesia y el mundo.