“Somos los garantes de las elecciones”, dijo muy serio el general Roosevelt Hernández, jefe del Estado Mayor Conjunto. Lo dijo con voz marcial, con pecho erguido y, suponemos, con una banda invisible que decía: “Nosotros mandamos, pero no tanto”.

Y mientras él hablaba de garantizar elecciones “limpias, transparentes, confiables y puntuales” para el 30 de noviembre, al pueblo le retumbaba otra pregunta: ¿Y entonces por qué siguen permitiendo el desorden político que se cuece a fuego lento en la olla nacional?
Porque una cosa es prometer orden y otra muy distinta es imponerlo, sobre todo cuando la democracia hondureña parece una piñata rota en manos de niños malcriados —perdón, de políticos profesionales. Si las Fuerzas Armadas realmente son el garante, ¿qué esperan para sacar la escoba constitucional y barrer un poco de este lodazal electoral que amenaza con convertirse en fango autoritario?
Desde el palco de la crítica, el exministro de Defensa Arístides Mejía no se contuvo: lanzó una advertencia que sonó como campanada fúnebre para el honor militar. Denunció que las Fuerzas Armadas están siendo instrumentalizadas, primero por Juan Orlando, ahora por el actual gobierno, y que la cadena de jerarquía, disciplina y patriotismo está oxidándose por el manoseo político.
¡Y tiene razón! El honor militar no se mide por desfiles ni por comunicados llenos de eufemismos, sino por acciones claras en defensa de la Constitución. Pero últimamente, pareciera que los uniformes pesan menos que las líneas partidarias, y que las bayonetas simbólicas se han vuelto abanicos para calmar el calor de la crítica pública.
El general Roosevelt promete que “se establecerán las medidas en su momento”. Pues bien, ese momento ya llegó, señor general. No basta con aparecer en actos solemnes, decir que están listos y luego ver desde la barrera cómo se incendia el rancho institucional. La ciudadanía no quiere promesas decorativas: quiere elecciones creíbles, árbitros confiables y soldados que defiendan el voto, no que custodien pactos bajo la mesa.
Y mientras algunos recuerdan cómo Costa Rica y Panamá eliminaron sus fuerzas armadas por considerarlas más estorbo que defensa, aquí seguimos cruzando los dedos para que los “garantes” no se conviertan en cómplices por omisión.
General, no nos dé atol con el dedo. Si son los garantes, garanticen. Si no, tengan la decencia de decirnos para qué sirven realmente.