Esta semana, como suele pasar en un país donde opinar con criterio es casi un acto de subversión, recibí un mensaje que intentaba deslegitimar una crítica editorial mía con la trillada frase:
“Si también recuerdo que hay uno preso en USA por narco…”
y remataron con:
“No se debe señalar la basura del vecino si mi casa está llena.”

Y claro, no me quedó más que responder lo obvio, pero lo incómodo:
“Totalmente de acuerdo. Pero ser objetivos no significa quedarnos callados. Que haya uno preso en el pasado no justifica que hoy miremos para otro lado mientras otros saquean el país con guantes blancos y discurso de refundación. Si todos guardamos silencio por tener ‘basura en casa’, entonces este país jamás saldrá del basurero. Señalar no es atacar, es exigir transparencia.”
Fue entonces cuando me dijeron:
“La Palabra de Dios es dura.”
¡Y cómo no va a serlo! Si los profetas no hablaban con pañitos tibios, si Cristo mismo volcó las mesas del templo y acusó a los líderes religiosos de su tiempo de ser sepulcros blanqueados.
La Palabra de Dios no es diplomática con la injusticia, ni hace pactos con la corrupción. No hay versículo alguno que diga:
“Calla ante el corrupto si tú no eres perfecto”.
Lo que sí dice es:
“Abre tu boca, juzga con justicia, y defiende la causa del pobre y del necesitado.”
(Proverbios 31:9)
Y por eso, lo que ocurrió esta semana en Olanchito no es cualquier cosa: la Iglesia Católica y la Cofraternidad Evangélica se unieron para organizar la Marcha por la Paz del 16 de agosto.
Sin banderas políticas, sin logos de partidos, con la bandera de Honduras como único estandarte y con la Biblia como guía. No para hacer campaña, sino para exigir lo básico: elecciones limpias, respeto mutuo, y que ningún poder político pretenda jugar con la voluntad del pueblo como si fuera una tómbola.
Aquí no se está predicando ideología. Se está caminando por la verdad. Y quienes hoy acusan a la Iglesia de “intervenir donde no le corresponde” deberían recordar que la Iglesia de Cristo no es apéndice del Estado ni mascota de ningún partido.
No fuimos llamados a vivir entre cuatro paredes, sino a ser sal y luz del mundo. Y eso implica denunciar el pecado, venga vestido de rojo, azul, o de eslóganes progresistas.
Muchos, en su afán de defender a sus ídolos políticos, olvidan que la fidelidad a Cristo exige confrontar al poder.
Hoy, algunos evangélicos prefieren callar “para no meterse en líos”. Otros incluso atacan a los pastores que levantan la voz.
Y ojo: si desde el poder ya se han atrevido a insultar a la Iglesia, a insinuar que las congregaciones están “al servicio del imperio” o que “manipulan a la gente”, entonces no estamos lejos del modelo Venezuela, ni del patrón Nicaragua. Ya lo dijo su candidata presidencial, Rixi Moncada, y varios de sus cuadros duros: la Iglesia estorba cuando no les sirve.
¿Y nosotros? ¿Vamos a esperar a que cierren templos, como en Managua? ¿A que persigan obispos y encarcelen pastores, como en La Habana? ¿O vamos a entender de una vez por todas que el silencio de los cristianos puede ser más peligroso que el rugido de los tiranos?
Es hora de repetirlo claro: la corrupción no tiene color de partido ni ideología.
No es menos pecado si lo comete un gobierno que grita “refundación” mientras reparte contratos entre primos.
No es menos grave si el presupuesto desaparece con discursos populistas en lugar de convenios neoliberales.
La injusticia es injusticia, la haga quien la haga. Y la Iglesia no fue llamada a callarla.
La marcha del 16 de agosto en Olanchito es liturgia en la calle. Es la misa del pueblo cansado. Es el culto de los que quieren dejar a sus hijos una Honduras distinta.
Será el día en que los cristianos se unan no para alabar a un político, sino para recordarle a los poderosos que por encima de ellos hay un Dios que escucha el clamor del justo.
Y cuando ese día llegue, que no nos falte la fe, ni el valor para seguir hablando aunque nos llamen “agitadores” o “divisionistas”. Porque si Jesús fue perseguido por decir la verdad, no será extraño que también nosotros lo seamos.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.”
(Mateo 5:6)
La fe no es para esconderla, es para encenderla. Y si los altares no sirven para denunciar la injusticia, entonces son solo adornos de cartón.
Nos vemos en la calle, con la Biblia en una mano… y la bandera de Honduras en la otra.