Hay mandatarios que marchan por la paz, otros por la soberanía, algunos por la democracia. Pero en Honduras, tenemos una presidenta que convoca marchas para defender a su familia. No para proteger a la nación, no para exigir justicia para los más vulnerables, sino para convertir el clamor popular en un escudo protector de intereses personales. Y eso, señora presidenta, no es liderazgo… es manipulación en su versión más grotesca.

Llenar las calles no para unir al pueblo, sino para amedrentar a los jueces y doblar las instituciones, no es acto democrático, es una mala obra de teatro con pancartas y banderas.
Lo hace porque no sabe gobernar, no sabe negociar, y mucho menos sabe construir país. Por eso le resulta más cómodo movilizar colectivos y repetir el libreto de siempre: ruido, confrontación y cortinas de humo.
¿Para qué sirven sus marchas? Para fingir que aún tiene el respaldo de la mayoría, cuando en realidad convoca a los mismos de siempre: los que cobran, los que obedecen sin pensar, los que repiten sin cuestionar. Los usa como carne de cañón, como escudo humano frente al deterioro político de su gestión.
Esos no son ciudadanos conscientes, son soldados de consigna, y confundirlos con el “pueblo” es un insulto a la inteligencia catracha.
La popularidad no da licencia para violar la Constitución. No se gobierna con gritos ni se imparte justicia a punta de marchas. Hoy más que nunca, debemos exigir que los jueces actúen como guardianes de la ley, no como rehenes de la presión callejera.
Debemos proteger a los medios de comunicación que resisten el embate oficialista, a los fiscales que todavía creen en la ley, y a cada hondureño que exige respeto a sus derechos sin necesidad de ondear una bandera partidaria.
A la presidenta, le recordamos que el poder no le pertenece a usted, ni a su familia, ni a su partido. El poder es del pueblo, ese que ya no le cree.
Y a sus simpatizantes más fieles: ser pueblo no es repetir consignas, es exigir rendición de cuentas. No es marchar por una orden, es pensar por convicción.
Honduras no se construye a gritos, se construye con justicia, con diálogo, y sobre todo, con respeto a la ley.
Ya basta de shows. Ya basta de amenazas.
Es tiempo de despertar, preguntar y exigir. Porque quien no cuestiona, termina gobernado por quien más grita… o peor, por quien más manipula.